Directo La falta de presupuestos estatales y la «incertidumbre» alejan la bajada del IGIC
Saro Tavío en el local del colectivo La Ilusión del Guiniguada en el Lomo Apolinario. Juan Carlos Alonso

Los rostros del barrio

Saro Tavío: La ilusión como acto de resistencia

Protagonista de la vida en Lomo Apolinario desde hace más de seis décadas, esta vecina sigue implicada en lo colectivo como la mejor red de cuidados posible para el barrio que vive sobre el Guiniguada

David Ojeda

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 22 de marzo 2025

Saro Tavío tiene más energía de la que le gusta reconocer. En unos minutos convoca a sus compañeras del club de mayores La Ilusión del Guiniguada y allí están prestes para lo que haga falta. Esa energía permite coser aún el hilo de lo común en el Lomo Apolinario, uno de esos barrios de Las Palmas de Gran Canaria que se acomoda sobre el barranco mayor de la ciudad.

Publicidad

En esas calles ha visto pasar la vida desde que llegó desde el vecino Risco de San Nicolás con solo dos años de vida. Y acaba de cumplir los 70. Regentó durante más de tres décadas el Bazar Mario, una pieza esencial del tejido comercial y social de un lugar en el que para algunas cosas parece que se ha detenido el tiempo.

«Tuve una infancia buena», empieza a contar justo cuando en su rostro se va dibujando una mueca socarrona que aparecerá muchas veces más durante la conversación. «Era algo gamberrilla», matiza.

Ya en aquel tiempo el Lomo Apolinario era un barrio humilde pero en el que Saro Tavío celebraba la unión que existía entre los vecinos. «Tenía una muy buena amiga que cuando yo no tenía dinero para ir al cine era su abuelo quien me lo pagaba. Y cuando mi padre sí tenía dinero se lo pagaba a ella. Nos ayudábamos en todo», señala.

Y es que esa alegría compartida es elemental en la personalidad de esta vecina que sigue volcada en lo colectivo. Porque la labor que hacen en el club de mayores –y simpatizantes– va precisamente enfocada en que no terminen de romperse las conexiones en el circuito interno de un barrio que, como todos, «ya no tiene mucho que ver con el de antes».

Porque aunque ella está ahí para todos siente que eso de alguna forma se le ha recompensado. El trago amargo de la pérdida le bajó por la garganta con la enfermedad de su hijo varón –tiene dos hijas más– y en esa mala hora sintió que el barrió les respaldaba. Que estuvieron allí como apoyo y consuelo. «Cuando mi padre murió, que fue muy repentino, yo no me podía creer la cantidad de gente que acudió al cementerio. Era también muy querido por la gente del barrio».

Publicidad

Esos recuerdos son motor de una mujer enérgica y que conoce los entresijos de la movilización ciudadana. Reivindicativa y conseguidora. Como en los tiempos de su infancia en las que se salían de los límites de la zona de los bloques del patronato para buscar aventuras. «Llegábamos jugando hasta el Lomo de la Cruz o La Paterna, cuando en la parte de abajo solo había estanques, para jugar a las guerrillas. Como me gustaba jugar al boliche le decía a los niños o me dejas jugar o les quito los boliches. Éramos una pandilla muy curiosa», señala.

Esa sonrisa vuelve a aparecer cuando recuerda esos momentos. Aquellos días en los que esas gamberradas estaban teñidas de la inocencia de aquellos tiempos. «Saltábamos el muro de las monjas para ver lo que hacían aunque a veces nos dejaban entrar ellas para que jugáramos con las niñas que estaban dentro. Me da pena que esos tiempos ya hayan desaparecido», expresa.

Publicidad

Tras casarse Saro Tavío se alejó del Lomo Apolinario pero acabó regresando. Allí se puso al frente del bazar y lo fue reconvirtiendo con los años en un elemento capital de la vida al barrio. «Al principio era solo un estanco pero yo allí he vendido de todo menos preservativos. –dice otra vez con la sonrisa encorvada–. Allí vendía juguetes y más de una noche de Reyes me vi repartiendo bicicletas por las casas», indica mientras intenta hacer memoria de cuántas fueron.

Con la alimentación siempre fue generosa. Cuentan como las familias necesitadas contaron con su compresión en los malos momentos y pudieron comprar sin pagar. «Cuando cerré la tienda repartí toda la comida que quedaba. Yo también he tenido malos momentos y sé lo mal que se pasa», confiesa.

Publicidad

El momento de implicarse

Hace 31 años la vinieron a buscar para implicarla en el club. Le quisieron poner Guiniguada pero el registro estaba ocupado y surgió lo de La Ilusión. Y esa existe para movilizar la vida de muchas personas del barrio. Aunque percibe que lo colectivo se esfuma en la vida de los barrios todavía quedan quienes como ella y sus compañeras dan el paso adelante por los demás. «En una recogida de alimentos llenamos un camión militar en un día. Y toda la ropa que no pudieron llevarse hicimos que llegara a mucha gente de aquí o de otros lados», explica emocionada.

La Ilusión abre sus puertas a todos. Aunque cargue con el epígrafe de club de mayores en los salones de su local los jóvenes tienen espacio para estudiar. Y las actividades se reparten sin conflictos de horarios ni de espacios. Es una entidad con más de 500 afiliados en los que muchas personas encuentran sostén. Emocional y logístico.

Publicidad

Y allí sigue Saro Tavío. Una mujer que ha visto como el Lomo Apolinario sigue acostado sobre el Guiniguada con las necesidades de esos barrios de la ciudad que no lucen en las postales turísticas. Y no piensa parar aunque el bagaje de los años entregados a lo colectivo deje secuelas en ella y en esas mujeres que hacen vida poniéndose en los zapatos de los demás.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Regístrate de forma gratuita

Publicidad