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El pívot grancanario de La Laguna Fran Guerra se impuso a los interiores del Dreamland. EFE / Ramón de la Rocha
El arte del engaño

Baloncesto

El arte del engaño

El Dreamland Gran Canaria falla en otro viaje a Tenerife a pesar de que los indicios que ajustaban los pronósticos aparentaban que la cosa sería distinta esta vez

Domingo, 27 de octubre 2024, 14:26

La Laguna es una zona oscura para el Dreamland Gran Canaria. Como las previsiones meteorológicas de su pequeño aeropuerto, las nubes del gran humedal difuminan a los claretianos que se pierden en esa pista maldita que es el Santiago Martín en otra clase magistral del arte del engaño.

Porque el enésimo derbi que se sella en ridículo para los insulares estuvo lleno de trucos y juegos de manos. Nada fue lo que pareció en los días previos y en algunos momentos del encuentro. Todo lo que parecía que podía cambiar la historia era mentira. Lo de siempre fue lo que se impuso. Y ya no hay forma racional de explicarle a la afición amarilla qué clase de perverso juego está realizando con ellos su equipo cuando toca defender la superioridad regional sobre el parqué de la pistas isleñas.

El primer engaño fue ambiental. Truco o trato. Borrados de la pista nada más empezar el partido. A lo largo de los días se reprodujeron los mensajes que el miércoles se escucharon en el Patio Tortugas del Hotel Santa Catalina. En la atmósfera parecía rebotar una sensación de venganza, los últimos latidos de una consecución de humillaciones.

Fue el propio Lakovic el que abrió la caja de las hostilidades, recordando precedentes dolorosos y afrentas pendientes de resolver. Todo eso invitaba a creer en un partido de fuego, en miradas enrojecidas, en una batalla física y mental sobre la pista lagunera. Pero ni siquiera fue necesario que el factor arbitral, tristemente decisivo en años anteriores, hiciera acto de presencia.

En ese juego de engaños de la previa entró de pleno Vidorreta, al que nunca ha hecho falta enseñarle un trapo rojo para que embista. Previsible como nadie, el técnico lagunero jugó al maniqueo de grandes y pequeños y quiso presentar a su equipo como el «pobre» de Canarias cuando el cuento, hiperdopados por el dinero público, hace tiempo que no cuela. Ni en Canarias ni en el mapa ACB, donde todo el mundo le tiene calado hace ya bastante tiempo.

Pero todo aquello que había avanzando la escuadra claretiana en el discurso se quedó por el camino nada más producirse el salto inicial. Nada de eso, de lo que se presumía tras escuchar a los protagonistas, estuvo en el plan de partido inicial de los de amarillo. La Laguna jugaba con los ajustes defensivos como un niño travieso con la colección de discos de sus padres. Desordenándola y dejando algunas piezas rotas por el camino.

Cada pelea en el segundo esfuerzo vestía aurinegro, empequeñeciendo todo aquello que se coronó durante la semana como la verdadera oportunidad para acabar con una maldición que se prolonga ya por cinco años desde aquel lejano tiempo en el que el Gran Canaria portaba en su equipación el logo de la Euroliga. Eran tiempos peores, sin duda, pero aquel equipo fue el único capaz de contener el frente que llegaba de Tenerife en su cancha.

Ya no hace falta que sean las némesis históricas, que fueran Gio y Marcelinho los que descabalgaran las previsiones de Lakovic. A estos les fue suficiente para esperar hasta el final para reanudar su comunión y poner en pie a un pabellón que le ha perdido completamente al respeto a un rival al que se la ha olvidado ganar en una isla a la que no hace mucho tiempo solo iba en pretemporada para jugar una copa con apellido de coche japonés.

Este insoportable patrón de los derbis siempre parece coserse la línea de puntos sobre una mejor interpretación de los códigos reales de esta rivalidad. Aquellos que en plantillas tan desnaturalizadas y coleccionistas de pasaportes es más difícil de concebir.

Solo un canario, concretamente un grancanario, estaba en la pista. Pero llevaba el nombre de Tenerife impreso en el pecho. Él era Fran Guerra. Duele ver que un equipo que tiene por lema de su campaña de abonados el gofión «te llevo en el corazón» tiene que aguantar que el único isleño en la cancha haga un gesto de forzudo tras machacar el aro tras otra pérdida infame.

Contra la carta de naturaleza bien sirve el gen competitivo. En el Canarias, como en el Gran Canaria, no hay prácticamente acento local. Pero sí la capacidad de comprender que este partido supone mucho más para el entorno de ambos equipos de la que tienen los jugadores claretianos incluso los que acumulan en su cuerpo las cicatrices de los clásicos pasados.

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Otro engaño estuvo en la inconsistencia del Granca en la pista. Tuvo sus minutos, el partido nunca fue una caída por el precipicio salvo en los primeros compases. Pero cada vez que amagaba con engancharse a lo que estaba ocurriendo era un fuego de artificio, un gesto aspiracional de entrar en el encuentro y aplicar cosmética al marcador.

Y el engaño, como ya advirtieron algunos, llegó desde Europa. Los 125 puntos al Ratiopharm del pasado martes, esa idea de equipo huracán que se anticipaba en las previas, se vuelca boca abajo si el rival juega en un pabellón conocido como la hamburguesa donde lo único que se engulle es su espíritu competitivo.

El engaño está incluso en la grada en la presunción de una relación inocente y de afecto común. Eso no es cierto, al menos en La Laguna, donde el ambiente siempre es hostil con el Gran Canaria. Especialmente clásica es esa broma ya pesada del entorno del banquillo visitante, donde la televisión muestra de fondo a algunos de los aficionados más exaltados del Santiago Martín cayendo a fuego con la sonrisa del que, y esto sí que ya no es un engaño, ya se cree –y la estadística les da la razón– ganador incluso antes de que los jugadores salten a la pista.

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