«Los adversarios los tengo ahí enfrente; los enemigos, aquí detrás». Winston Churchill
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Cuando comencé a escribir esta cuarta entrega de lo que he denominado ' ... Rendición de cuentas', tenía claro que dedicaría este capítulo a la Unión de Centro Democrático (UCD), la fuerza política más decisiva de la transición española, en su trayectoria desde un régimen autoritario (el franquismo) hacia una plena democracia. Sin embargo, inicialmente pensé en abordar la UCD tanto a nivel nacional como en Canarias en una sola entrega. Permítame el lector explicar por qué he decidido dividir mis reflexiones sobre aquella formación en dos capítulos. En este, me centraré en la UCD nacional (de la cual también formé parte, como Diputado a Cortes desde 1977 hasta su extinción), y en el siguiente capítulo, el quinto, me enfocaré en la UCD canaria.
He optado por esta división porque, al repasar historias, recuerdos, logros, aciertos y errores de la UCD nacional, y también del partido aquí en las islas, me he encontrado con tal cantidad de personajes y temas que dan para mucho. Por ello, trataré de resumirlos en dos capítulos.
En el caso de la UCD nacional, además, quisiera -con modestia, pero también con plena convicción, y con la distancia que marcan los años, sin ningún afán electoral- rendir un sentido homenaje a esa etapa (1977-1982), tan breve (solo cinco años), pero en la que se consiguieron, con la innegable colaboración de la población española, cosas verdaderamente importantes para colocarnos, de manera sorprendentemente rápida, entre las democracias europeas.
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Comienzo este relato señalando que, en esos pocos años (del 77 al 82), se pueden distinguir dos periodos claramente diferenciados: la UCD con Suárez y la UCD sin él. En efecto, Suárez fue presidente hasta su dimisión en enero de 1981, momento en el que se produjo el golpe de Estado de Tejero y fue sustituido en la presidencia por Leopoldo Calvo Sotelo. Pero vayamos al principio de la era Suárez.
Franco murió el 20 de noviembre de 1975. Dos días después, Juan Carlos de Borbón juró ante las Cortes y comenzó la transición. El ya Rey nombró un gobierno presidido por quien también lo había sido con Franco, Arias Navarro, uno de cuyos hombres fuertes era Fraga Iribarne. En el escenario político español comenzaron a emerger figuras que luego serían decisivas. En octubre de 1974, Felipe González había sido elegido secretario general del PSOE en Suresnes, Francia. Unos meses antes, en julio de ese mismo año, se había constituido en París la Junta Democrática, integrada por diversas fuerzas políticas y liderada por el Partido Comunista, cuyo secretario general era Santiago Carrillo.
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Tras siete meses de aquel gobierno inicial, Arias Navarro dimitió, entre otros motivos, por el fracaso de su ley de reforma política, claramente insuficiente para satisfacer las crecientes demandas democratizadoras de la sociedad española.
El Consejo del Reino, presidido por el entonces presidente de las Cortes, Torcuato Fernández-Miranda, presentó al Rey una terna de posibles candidatos a la presidencia (Silva Muñoz, López Bravo y Suárez). Para sorpresa general, el Rey designó a Suárez (como resumen de muchas reacciones negativas, el conocido artículo de Ricardo de la Cierva: «¡Qué error, qué inmenso error!»). En contra de esa opinión, diré que fue un gran acierto. Con sus errores, pero también con grandes dificultades y valentía, Suárez supo encauzar la política española por vías de entendimiento que dieron lugar al conocido e imprescindible consenso constitucional.
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Para ese consenso fue clave, en mi opinión, lo que puede denominarse la «tenaza política» al PSOE que articularon Suárez y Carrillo. Desde que Suárez legalizó al PCE (por cierto, con gran revuelo militar, hasta el punto de que dimitió como ministro de Marina el almirante Pita da Veiga), ese entendimiento entre Suárez y Carrillo fue decisivo para que toda la izquierda aceptase el triunfo de la reforma frente a la ruptura democrática que inicialmente propiciaban. Por ejemplo, fue clave para la aceptación de un sistema de monarquía parlamentaria, que sigue vigente hoy en día.
En realidad, ¿qué era la Unión de Centro Democrático? Se constituyó inicialmente alrededor de la figura de Suárez como una alianza electoral, nada menos que entre 15 partidos políticos y asociaciones: 10 de ámbito nacional (yo, desde 1975, formé parte de uno de los dos partidos liberales, el PDP, capitaneado por Ignacio Camuñas y Rafael Arias-Salgado, y fui su secretario de Ideología) y cinco regionales, entre ellos Unión Canaria, con Lorenzo Olarte al frente. De la UCD canaria ya hablaré en la próxima entrega. Vuelvo al ámbito nacional.
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El 15 de junio de 1977, en las primeras elecciones generales y la formación de las Cortes Constituyentes, se produjo un triunfo histórico de la UCD, que obtuvo 168 diputados de los 350 del Congreso y también mayoría absoluta en el Senado. Ya se constituyó la UCD como partido político. Aquí en la provincia de Las Palmas, tuve el honor de encabezar una candidatura que obtuvo 5 de los 6 diputados que se elegían, y en el Senado conseguimos los tres escaños de Gran Canaria (se había logrado que se eligiesen por islas y no por provincias). Fuera de la UCD, solo Jerónimo Saavedra obtuvo escaño en esta provincia.
La gran pregunta que aún hoy se hacen historiadores y analistas políticos es: ¿fue necesaria o al menos útil la UCD? Si lo fue, ¿por qué desapareció apenas cinco años después de su constitución? Yo suscribo en este punto la tesis de quien fue uno de los grandes artífices y protagonistas de la UCD, Leopoldo Calvo Sotelo, cuando afirma que esta fuerza política se agotó por el cumplimiento de su objeto social. Como una sociedad que nace para un objetivo concreto o una obra precisa, y una vez ejecutada, se extingue su finalidad.
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Si analizamos los grandes logros de aquella época, vemos que es acertado ese razonamiento de Calvo Sotelo. ¿Cuáles fueron esos grandes logros?
-Evitar el enfrentamiento de las dos Españas, situándose en el centro, entre una derecha reaccionaria y nostálgica del franquismo y una izquierda rupturista.
-La modernización de la sociedad y de la economía españolas, dando mayor relevancia a los sindicatos de clase.
-La plena apertura al exterior, con la incorporación al Parlamento Europeo en 1978 y la solicitud de ingreso en la Comunidad Económica Europea (CEE), hoy Unión Europea (UE).
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Naturalmente, en la UCD se cometieron muchos errores. Faltaba experiencia democrática y de partido, había un terrorismo sangrante y casi diario, y pronto algunas de las diversas fuerzas políticas que integraban la UCD fueron cayendo en lo que yo llamaría la «segunda tenaza política» de entonces, formada por Felipe González y Fraga. González tiraba hacia la izquierda de los socialdemócratas de Fernández Ordóñez, y Fraga, entre otros, hacia los conservadores y democristianos del partido, como Alzaga y Rodríguez de Miñón. Influyó también el desgaste y cansancio del propio Suárez, que sufrió una moción de censura en mayo de 1980, a la que no respondió adecuadamente, y, por supuesto, su dimisión tras el congreso de Palma de la UCD a principios de 1981.
Aquí comienza el declive definitivo de la UCD. Tras el golpe de Estado de Tejero, que ya relaté en un capítulo anterior, se eligió a Calvo Sotelo como presidente del gobierno. Y en 1982, el 28 de octubre, se produjo el desastre electoral final: la UCD solo obtuvo 12 escaños en toda España. Luis Mardones por Santa Cruz de Tenerife y yo mismo por Las Palmas formamos parte de aquel grupo de 12 'apóstoles sin Jesucristo' que sobrevivimos a la hecatombe. Mis compañeros de entonces (el propio Calvo Sotelo, Pío Cabanillas, Martín Villa, Gabriel Cisneros, entre otros) me ofrecieron ocupar la vicepresidencia cuarta de la Mesa, y la acepté. Pero la UCD se extinguió (también pertenecí a la Comisión Liquidadora del partido). Puedo concluir diciendo que «entre todos la matamos, y ella sola se murió».
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Dicho esto, concluyo: sin la UCD, creo que la historia de España, en aquellos años y aún hoy, sería distinta. Y no estoy seguro de que mejor.
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