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Silvia Fernández
Escribo este artículo desde el asombro de comentarios que he leído en los últimos días en distintas redes sociales a raíz de informaciones o datos publicados que revelan la discriminación que sufren las mujeres en el mercado laboral. Desigualdad salarial, jornadas parciales impuestas, represalias tras pedir reducciones de jornada o excedencias para el cuidado de los hijos son algunas pinceladas de una realidad que muchos hombres no quieren ver. También me han sorprendido las airadas críticas que ha suscitado en las redes sociales propuestas como la del Gobierno de Aragón de publicar un manual de lenguaje inclusivo de cara a que sea referencia y se utilice en las comunicaciones de internas y externas de la administración.
Las reacciones que han suscitado estos temas y otros sobre la mujer entre muchos hombres me han sorprendido, la verdad. Se lanzan a criticar las cifras, descalificando a quien las da o escribe sin un mínimo de análisis o reflexión sobre la situación. Todo les parece que esta inventado o son mentiras contra ellos. Reaccionan como si se sintieran agredidos y lanzan comentarios desde la más profunda irracionalidad movidos a un temor que no acierto a entender.
Me pregunto en qué punto hubo el error interpretativo. Cuál fue el momento en el que las reivindicaciones de las mujeres comenzaron a asustar a más de uno, que creyó ver en el grito de ellas por la igualdad una llamada para acabar con ellos. Esto no es una guerra de sexos, como apuntaba uno de estos iluminados en uno de los comentarios que he podido leer estos días, ni se busca que ellas se impongan sobre ellos. No se trata de encerrar a todos los hombres en una cueva y tirar la llave al mar. No.
Lo que las mujeres reivindicamos sencillamente es estar al mismo nivel, la equidad, ni más ni menos, y tener las mismas oportunidades y consideración que ellos.
Los hombres a los que aludo en este artículo y que, afortunadamente, no son la mayoría pueden estar tranquilos porque no van a dejar de ser hombres aunque se imponga el lenguaje inclusivo, que es otro de sus grandes miedos. ¿Es que yo no me voy a poder llamar hombre? Preguntaba en otro comentario un temeroso a perder su condición y quizás su masculinidad sin atisbar ni de lejos el poder del lenguaje para, sin darnos cuenta, hablar y pensar siempre en todo desde el masculino.
Me da miedo que esta percepción distorsionada que tienen muchos hombres del debate de género se pueda ver engrandecido por partidos como Vox, que con su discurso da alas a más de uno para ver a las mujeres que luchan por la igualdad como exterminadoras de los hombres. Y nada más lejos de la realidad.
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