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El Barranco del Río en Santa Cruz de La Palma llegó a tener tantos molinos funcionando al mismo tiempo en la segunda mitad del siglo XIX que la gente llamaba al lugar el Río de los Molinos. Estas infraestructuras, ahora abandonadas, dan medida de la importancia que desde el siglo XVI tuvo el ingenio hidráulico harinero en la Isla. Antes ya de la Conquista, los nacientes del barranco del Río eran más que conocidos por los aborígenes palmeros y en torno a ellos trazaron una red de caminos pastoriles que desde la fundación de Santa Cruz de La Palma, en 1493, fueron claves para la creación de la red de canalizaciones del agua desde los nacientes del barranco del Río hasta el centro de la ciudad. En todo el trazado, pero sobre todo allí donde más desnivel se producía -en algunas puntos se alcanzaban los nueve metros-, se comenzaron a erigir las primeras edificaciones molineras, adaptadas a la orografía de la Isla [también las hay en Tenerife y Gran Canaria, donde hubo cientos]. Los molinos de rodezno horizontal «aprovechaban la fuerza de la gua para la molturación del grano, diferenciándose de los molinos hidráulicos de la Península, que se mueven gracias al agua almacenada en un estanque», explica Víctor Correa, investigador y técnico del Servicio de Patrimonio Histórico del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, que, junto al antropólogo Antonio Lorenzo Tena y al cronista de la ciudad, Manuel Poggio, están preparando un concienzudo trabajo sobre estos ingenios harineros. En el año 1602, una ordenanza municipal ya hablaba de molinos «de más de 100 años de antigüedad», con lo que, según Lorenzo, los primeros molinos se debieron levantar al poco de la Conquista. El primer documento que autoriza la construcción de uno data de 1576, año en el que el Cabildo dio una licencia a Ana Betancor, viuda de Guillén de Lugo Casaos, para explotar a tributo un terreno y construir un molino. Los molinos de la capital palmera, igual que algunos en La Orotava, se diferencias del resto de moliendas de Canarias en que no estaban ligados a los ingenios azucareros, sino que eran de uso público, donde, a cambio de una parte, el molinero molía el grano de los vecinos. También por su número. Se desconoce exactamente cuántos hubo, pero a mediados del siglo XIX llegó a haber 13 funcionando al mismo tiempo. «Tal concentración hizo que al Barranco del Río se le conociera popularmente como el Río de los Molino», apunta Lorenzo. Hoy sólo quedan cuatro en pie, los de Bellido, y, aunque abandonados, «son un ejemplo de sostenibilidad y del uso ecológico de la energía en la industria», sostienen Correa y Lorenzo.
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