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«Política y arte son inseparables». Es una declaración de intenciones de Huguette Caland (Beirut, 1931-2019), una creadora tan relevante como poco conocida. El Museo Reina Sofía descubre ahora la sensualidad comprometida, rebelde y militante de esta polifacética y reivindicativa artista a través de una gran retrospectiva en la que se alterna lo político con lo erótico.
Comisariada por Hannah Feldman, 'Una vida en pocas líneas', título tomado de un lienzo, estará en cartel hasta el 25 de agosto. Es la primera gran exposición en Europa de la artista libanesa y reúne más de trescientas obras -muchas inéditas- de una singular creadora que desarrolló su carrera en Beirut, París y Los Ángeles desafiando los convencionalismos sociales, estéticos y sexuales y para quien la vida fue la base de su obra.
«Occidente ha sido incapaz de entender la complejidad de su obra», asegura Hanna Feldman, catedrática especializada en arte asiático y africano de la Universidad de Pensilvania y comisaria de la muestra. «Su trabajo, fruto de una actitud audaz y transgresora, refleja las complejas tensiones de los desplazados por las diásporas, inmersos en un mundo globalizado, en proceso de descolonización y marcado por el imparable avance del neoliberalismo», agrega Feldman.
Destaca la comisaria el compromiso que late en la vasta y múltiple obra de Hugette Caland, más en un contexto internacional incierto, con alta tensión política y belicista como el que vivimos, especialmente grave para Feldman. «Ahora que Israel ocupa el espacio aéreo libanés incumpliendo su alto el fuego y cuando Donald Trump, el presidente de mi país, no mi presidente, ha cedido a la limpieza étnica de Gaza, acercarse al arte de Caland resulta más pertinente que nunca», apunta la catedrática estadounidense. «Esta muestra debe ser vista en este contexto, aunque no fuera planeada así», agrega.
Política, compromiso, sensualidad, amor, humor, sexo, feminidad, feminismo y mortalidad son, en efecto, algunas de las claves de la obra de esta inetiquetable artista, autora de dibujos, pinturas, textiles, esculturas, collages y vestidos procedentes de Europa y Estados Unidos y y que se reparten por doce salas temáticas del edifico Sabatini del Reina Sofía.
«La vida de Caland fue una continua búsqueda de la libertad y de la estética. Huyó de las etiquetas y creaba sin descanso», acota la comisaria, que reivindica la figura y la obra esta insólita creadora «tenaz y feroz» que se centra en su cuerpo «y se acerca a lo erótico cuando busca su propio lugar en el mundo».
«Mi medio de expresión no es el pincel ni el lápiz; mi medio de expresión está en los encuentros con amantes, amigos, familiares, culturas, artistas, escritores, animales, insectos y paisajes», escribió la propia artista que juega con la carnalidad y la sensualidad pintado pubis, vulvas o penes que a veces estampó o bordó en algunos de los modelo de alta costura que diseñó.
Rebelde con muchas causas, la comisaria destaca como Caland «luchó por su libertad en cada momento de su vida, ya fuera por la libertad de vestirse, llamar a las cosas, hacer arte, ser madre y amar como y a quien quisiera».
«Rompió con las convenciones, nos habló de ese mismo idea con un lenguaje único que mezcla el 'pop art' el minimalismo y va de lo macro a lo micro transmitiendo ternura y grandiosidad», dice Dirk Luckow, director del Deichtorhallen de Hamburgo que coorganiza la exposición que viajará a Alemania en otoño.
Y es que las contradicciones marcan también la carrera de esta multifacética artista nacida en una elitista y adinerada familia libanesa pero que se preocupó siempre por los excluidos, capaz de crear una ONG aún activa para ayudar a las mujeres palestinas mientras diseña vestidos para Pierre Cardin.
Caland era hija del primer presidente de la República libanesa independiente, Bechara El Khoury. En su Beirut natal inició sus estudios de arte, aunque vivió gran parte de su vida en París y Los Ángeles para retornar o al Líbano en sus últimos años.
Hoy sigue siendo una desconocida para el gran público y para muchos iniciados. Tardó mucho en que su obra fuera reconocida, pero hoy está presente en las colecciones de grandes museos de arte contemporáneo, como el Hammer y el LACMA de Los Ángeles, el MOMA y el Met de Nueva York, la Tate Britain o el British Museum de Londres.
De ellos proceden muchas de las obras que componen esta muestra, a la que no han llegado una treintena de piezas que no han podido salir de Beirut. Son las últimas de su trayectoria y no pudieron salir de su país natal debido al conflicto bélico que sacude al Líbano tras la invasión por parte de Israel que ponía en peligro su traslado.
«Es una de las muestras más ambiciosas de nuestra temporada. Una exposición llena de carne de una artista por descubrir, rebelde, vitalista y multifacética, que mezcla lo grotesco y lo político, lo vital y lo erótico, a caballo entre la abstracción y la carnalidad, y con referencias a las tradiciones asiáticas. Una muestra que expande nuestra visión del arte y sobre el papel de las mujeres», resume Manuel Segade, director del Reina Sofía, que heredó esta muestra de la programación de su antecesor Manuel Borja-Villel.
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