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Las Palmas de Gran Canaria
— Siendo la escritora más vendida de la literatura actual en castellano...
— No diría tanto. He tenido la suerte, desde mis primeras novelas, de tener muchos lectores que me acompañan, pero no estoy en una competición.
— Continúo: vendiendo tanto tantísimo, ¿qué la impulsa a ir de feria en feria e incluso venir a Canarias?
— Tenía que venir a Canarias al igual que voy a tantos y tantos lugares. Recorro toda España cuando saco un libro. Canarias es una parada obligada. Me interesa mucho el encuentro con los lectores, escuchar a los lectores. Para mí siempre es una experiencia enriquecedora. ¿Cómo no voy a venir a Canarias? Lo mismo que voy a La Rioja, a Galicia o a Palma de Mallorca. Recorro toda España, toda América Latina. Voy a EE UU y a países europeos según van saliendo las traducciones de mis libros. Creo que el compartir y escuchar a los lectores es una parte importante del mundo del libro. Antes el escritor podía vivir en su torre de cristal y estar aislado del resto del mundo. Escribía, su libro llegaba a las librerías y lo compraban, pero han cambiado todos los paradigmas de nuestra sociedad y, entre esos paradigmas, hoy el escritor sale al encuentro de los lectores.
— es una novela de perdedores donde asoma la culpa y la venganza, ¿hasta qué punto los personajes arrastran secretos? ¿es difícil mantenerlos en 984 páginas?
— Eso es algo que siempre hago en mis novelas. Es un juego que hago con los lectores. Monto tramas en las que ninguna pieza encaja hasta el final. Es una de las características a la hora de contar mis historias. En mis novelas, sobre todo, lo que me interesa es indagar sobre la condición humana. No hago novelas de héroes ni de heroínas, sino lo que me interesa es que mis personajes sean de carne y hueso. Creo que el último misterio que hay en este planeta es el hombre. Tengo interés por ese viaje a lo más recóndito del ser humano, con todos los clarosocuros. Me gustan las novelas con personajes que al lector le resulten reales.
— En su obra todos tienen claroscuros, además hay espías y mucha sangre.
— Es una novela que transcurre en una época convulsa de la historia: el siglo XX. Un siglo absolutamente trágico. Es una novela que habla de la Guerra Civil española, de la posguerra, de la segunda Guerra Mundial, es decir, son escenarios evidentemente violentos, donde los personajes se ven en situaciones límite. Viven vidas que no habrían vivido en otras circunstancias.
— Recorre muchos escenarios: Alejandría, El Cairo, Nueva York, Boston, Praga, Jerusalén, París, Viena... ¿Ha sido complicado recrear tantos lugares?
— Para mí no es complicado. Son lugares que conozco bien, que he visitado, no en una, sino en varias ocasiones. Me encanta viajar. Siempre. Tengo dos pasiones; la lectura y el viaje entendido como búsqueda del conocimiento. El viaje siempre ha sido, y lo sigue siendo, un camino que recorres para conocer. Entonces, todos los lugares de los que hablo en mis novelas son lugares que conozco bien y tengo debilidad por Alejandría. Es absolutamente literaria. Una ciudad que descubrí leyendo. Mucho antes de que yo fuera a Alejandría sentía que esa ciudad ya la conocía a través de Durrell, Foster y, sobre todo, por Cavafis.
— Le salieron casi mil páginas. ¿Hubo trabajo de depuración?
— No lo hago nunca. Escribo todos los días y corrijo al día siguiente. Voy corrigiendo sobre la marcha. A veces te vas a la cama sin estar satisfecha con lo que has escrito y no han sido pocas las ocasiones en las que me he despertado de madrugada y me digo: ‘no, ahora sé lo que quiero contar’. Pero nunca se me ocurriría hacer trabajo de síntesis. No me ha preocupado si mis novelas son voluminosas o no. Los editores se llevan un susto cuando les doy el pendrive y empiezan a ver que salen páginas y páginas, pero yo necesito ese espacio para contar mis historias. Son historias ríos.
— Aunque hay muchos personajes femeninos, huye del romanticismo.
— Sí, en todas mis novelas. A veces algún lector me dice: ‘oiga, por qué esta historia no ha terminado bien’, porque tienes que ser realista, porque no creo en esos finales de melocotón en almíbar. La vida es más complicada. Las existencias son muy poliédricas. Mis novelas no son románticas. Ninguna. Sobre todo pesa la amistad y la lealtad.
— Sitúa a sus personajes en unas situaciones terribles que parecen haberse olvidado en la medida en la que está reapareciendo el fascismo.
— Desgraciadamente parece que no hemos aprendido la lección. Siempre he pensado que después de esos acontecimientos tan trágicos habríamos aprendido la lección, porque los hombres del siglo XXI somos también los del siglo XX. Sin embargo, el auge de los populismos y del nacionalismo nos recuerda la peor cara del siglo pasado. Cuando vemos partidos xenófobos que llegan a los parlamentos en toda Europa, y desgraciadamente también al de España, eso me produce un estremecimiento.
— ¿Es optimista ante la cuarta oleada feminista?
— Sí, absolutamente. Creo que el movimiento #MeToo –que puede ser controvertido y criticable– ha puesto en la agenda de los políticos y de la sociedad los problemas de las mujeres y lo ha hecho con más fuerza que nunca. Me parece muy importante esta revolución que debe llevar a cambiar las cosas. Ya es hora de que la mitad masculina de la humanidad se entere de lo que nos pasa a la otra mitad, que somos las mujeres, y que tomen conciencia de lo que significa haber sido ciudadanas de segunda.
— Está a punto de rodarse la serie , ¿está ilusionada?
— Empiezan el 17 junio. Ha sido un proceso duro. Han contado conmigo. El proyecto tenía que haber salido mucho antes. Llevamos seis años porque he sido muy difícil. Me he peleado mucho con los guionistas. He estado frenando el proyecto y en algún momento se ha desechado porque no me entendía con los guionistas. Pero hemos llegado hasta aquí. Espero que el resultado sea bueno y que los lectores se encuentren con Dime quién soy en la pantalla.
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