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Estoy convencido de que quienes hemos conocido y seguido la pista de Yolanda Arencibia durante años, teníamos una nota grabada en el inconsciente en la que habíamos decidido que estábamos ante un ser eterno, inamovible y sin siquiera capacidad para envejecer. La energía que emanaba era muy especial, porque, aunque tenía carácter y si había que plantarse se plantaba, era una mujer pausada, callada, casi inmóvil mientras escuchaba, pero una ametralladora cuando empezaba a hablar. Esa era al menos mi percepción de ella, y sé que no era solo yo quien pensaba que estábamos ante una mujer especial, cuyas pilas eran inagotables.
Desde muy joven, cuando daba clases en un instituto de enseñanza media de los de hace medio siglo, fue una mujer de una curiosidad intelectual y una capacidad de trabajo inimaginables, y de un amor por la literatura que no tenía límites. Desde que tuvo uso de razón literaria, se puso a la rueda de don Alfonso de Armas Ayala (otro generador de grandes momentos de nuestra cultura), cuando había que inventar museos, nuevos institutos y hasta universidades. Nada literario le fue ajeno, aunque siempre se la relacionará con Galdós, por su denodado trabajo investigando, publicando, empujando cualquier actividad que estuviera dirigida a conocer, interpretar y divulgar la gigantesca obra de don Benito. Sin duda la mayor especialista contemporánea de nuestro novelista.
Como justicia poética, su ingente trabajo en torno a Galdós se ha coronado con una portentosa biografía que mereció el prestigioso Premio Comillas, como colofón a una larga y brillantísima trayectoria. Cuando había que arrimar el hombro siempre estaba, fuera para acompañar con su trabajo crítico a la generación novelística de los años 70, para lanzar a su alumnado a interesarse por la indagación literaria, para facilitar el conocimiento y la difusión de la obra de Alonso Quesada, con el que tenía un peculiar hilo familiar indirecto, o para ser uno de los pilares que sostienen los cimientos de las Humanidades en la entonces naciente Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Tuve la suerte de compartir muchas conversaciones con ella, y aprendí de su incesante necesidad de comunicar. Ella fue quien, muy tempranamente, me dirigió hacia el Galdós diferente que aparece en novelas galdosianas poco conocidas como 'El caballero encantado'. Si ella recomendaba, yo obedecía porque era navegar hacia puerto seguro. Recuerdo que tuve el privilegio de compartir mesa con ella cuando ambos presentamos en el extinto Centro Insular de Cultura la novela 'Nubosidad variable' a Carmen Martín Gaite, otra mujer sabia y convincente, cuyo centenario conmemoramos este año. Durante el ágape posterior, llevaron la conversación hacia 'Las moradas' de Santa Teresa de Ávila. Se notaba la pasión que ardía en aquella justa que ambas disfrutaban. Pusieron a prueba mi cerebro, que echaba humo para procesar tanta información de primera mano y altísima calidad. Me costó una ración doble de aspirinas, pero nunca una migraña fue más productiva.
Yolanda Arencibia era muy rigurosa (cercana casi a la severidad) y a la vez con una sonrisa y una sencillez que eran una puerta al entendimiento. Aparte de esa sensación de inmutable que emanaba (siempre estaba igual de joven, pasaran los años que pasaran). Hacía que me preguntara si había nacido con ciencia infusa, porque me parecía inabarcable por una mente humana sus infinitos conocimientos. Es una percepción que solo me han dado ella y el historiador don Antonio Rumeu de Armas, que no parecía que contara hechos históricos, sino que él había escrito el guion de lo que ha ido aconteciendo alrededor de ese Atlántico que tan bien conocía, tal era su inmensa sabiduría. No puede entenderse el mundo literario de Canarias sin la mano que siempre puso en todo Yolanda Arencibia. Y, haciendo llover sobre mojado sobre lo que he comentado públicamente estos días, expreso mi doble tristeza porque una figura tan importante no haya tenido el máximo reconocimiento, precisamente por esa manera tan peculiar que tenemos de remediar goteando. La Universidad, la cultura y Canarias pierden hoy una punta de lanza imprescindible. Que se preparen don Benito, Saulo, Tomás y Alonso, que ya debe estar pasándoles revista. Buen viaje, Doctora.
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