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Fue en Mar del Plata, en Argentina, donde empezó a cambiar la postura de la directora de la Casa de Colón, Carmen Gloria Rodríguez, respecto a la exhibición de restos humanos en museos. Visitó uno donde exponían una momia de Gran Canaria. «Estaba en un lugar que no era en absoluto respetuoso, rodeada de gente que pasaba sin hacerle el más mínimo caso».
Además, le chirriaba que aquella institución hubiese iniciado un proceso de restitución de restos humanos a los pueblos originarios del entorno y que, sin embargo, no le importase tanto «tener uno de otra cultura completamente descontextualizado».
Fue así como su posición, que ella misma explica que era «más de científica, de experta» en la que primaba la divulgación de, en este caso, las prácticas funerarias, haya ido evolucionando hacia la idea de que «estos seres humanos merecen respeto y no estar detrás de una vitrina». Y todo, advierte, sin caer en propuestas «muy manidas nacionalistas que se basan en aquello de que son nuestros antepasados».
Descartada la devolución a los sitios donde estaban ante el evidente riesgo de expolio, es partidaria de implementar un protocolo de exhibición de restos humanos, que explique muy bien por qué se muestran, o, mejor aún, hacer réplicas que divulguen la singularidad de una práctica funeraria y «dejar a la persona descansar en paz en un lugar digno».
Este concepto, el de la dignidad, hace chocar las posiciones entre los expertos consultados. Porque, por ejemplo, advierte Rodríguez, puede que el almacén a donde van a retirar la momia de Herques tampoco sea la mejor opción si no se garantizan ciertas condiciones.
En cambio, Marco Moreno, de Tibicena, cree que detrás de todo esto hay, por un lado, un trasfondo de «mentalidad judeocristiana», a la que le da pudor la muerte, y, por el otro, un enfoque presentista. «Nosotros no sabemos qué valores tenía el mundo funerario para los aborígenes canarios», quienes, por cierto, precisa Moreno, «no solo dejaban sus muertos expuestos en cuevas, sino que los perros se los comían y no pasaba nada».
A su juicio, «esconder esos restos es un insulto» y lo «indigno» es meterlos en un almacén. Todo lo enmarca en «la cultura de la cancelación» a la que, en casos como este, le reprocha además un doble rasero. «En Canarias no nos preocupamos de dónde están nuestros muertos, de nuestros bisabuelos para atrás, ¿entonces por qué nos preocupamos de los de hace 500 años?». Y máximo cuando recuerda que «nadie es descendiente de ninguna de estas momias».
Tiene claro que esa dignidad que reclaman es subjetiva. Y le preocupa que «se esté imponiendo un tipo de ética y de moral a base de legislación». No lo ve así José Miguel Martín, filólogo y antropólogo, de la Fundación Tamaimos, para quien «la dignidad es atemporal, no es algo que haya que reclamar para el presente y no para el pasado, nadie exhibiría los restos de un ser querido».
Desde su punto de vista, a esas momias «se les niega su categoría de ser humano, una pieza disecada que está expuesta como un souvenir». No le convence el argumento de exhibirlos contextualizados. «Están equiparando el cadáver de una persona con un gánigo o una pintadera». Y tampoco entiende la polémica por que la momia guanche sea retirada a un almacén. «Bien conservada, eso es más digno que tenerla a la vista de todo el mundo». Recuerda que fue peor lo que se hizo en Gran Canaria, cuando se tuvo a decenas de restos aborígenes metidos en una nave en Maspalomas.
Frente a esta tesis, Javier Velasco, arqueólogo, subraya una máxima. «No podemos aplicar criterios morales que no tienen cabida en este tipo de recursos educativos». Y añade más. «En el fondo lo que estamos haciendo es imponer nuestros criterios europeos, coloniales incluso». Por eso, niega que se esté socavando la dignidad de esas personas, «siempre y cuando se expongan de forma correcta, con esa vocación educativa, de difusión y de acercamiento al pasado».
Es más, aclara que lo que dice el ICOM «es que los restos humanos deben exponerse de conformidad con las normas profesionales y teniendo en cuenta, en su caso, las creencias, las intenciones y los intereses de las comunidades a las que pertenecen, si se conocen». Aquí, a su juicio, está otra clave. «Esto hace referencia a comunidades del presente en las que haya una continuidad étnica con esas del pasado, pero en nuestro caso no se da esa continuidad, aunque podamos tener un amor infinito a esas poblaciones aborígenes».
Para Diego López, presidente de El Museo Canario, al hablar de dignidad en casos como estos «se mezclan conceptos sentimentales y hasta religiosos». Recuerda que la forma de concebir la muerte no es la misma en todas las culturas ni en todas las épocas. «Si hace un siglo se dijera que la mayor parte de las personas que fallecen son incineradas, la gente se llevaría las manos a la cabeza». Y le parece una contradicción que la solución sea retirar la momia a un almacén. «Ahí seguirá expuesta, lo que se hace es hurtarla a la mayoría de la población en beneficio de unos pocos».
Los que apuestan por retirar los restos humanos de los museos defienden la idoneidad de sustituirlos por réplicas que consiguen la misma función sin atentar contra la dignidad de una persona. En ese sentido, Carmen Gloria Rodríguez plantea que El Museo Canario debería hacer una «reflexión profunda» respecto a su sala Verneau. «¿Hoy tienen sentido todos esos cráneos separados de sus cuerpos y expuestos en vitrinas? Detrás de cada cráneo hay una persona».
Para José Miguel Martín, el museo de Vegueta «se ha quedado claramente en el siglo XIX, en un contexto donde la antropología era eminentemente racialista, pero ya no cabe en el XXI». Cree que los canarios se han acostumbrado «a ver cadáveres en los museos» porque están «insensibilizados», pero les emplaza a situarse en el contexto actual. «Tenemos que tener una sensibilidad, un tacto y una responsabilidad con los restos de nuestros antepasados».
Martín reclama algo que, según Diego López, ya existe, porque asegura que lo que han detectado en los que visitan esa sala «es admiración, respeto e incluso devoción, nunca rechazo». Y no ve factible la opción de la réplica. «Es como comparar a una persona con un maniquí». Le secundan Marco Moreno, para quien la experiencia museística no sería la misma, y Javier Velasco, que reivindica el «principio de autenticidad». Ya puestos, añade, «convertimos nuestro pasado en un parque temático, lo que haría más fácil llegar al «engaño».
Rodríguez y Martín creen que la iglesia, que también expone restos humanos, podría plantearse este debate, pero reconocen que el contexto ahí es diferente.
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