Imagen de la calle Los Molinos, donde se produjo el suceso. Arcadio Suárez

Una prima del detenido: «Dejen de grabar, estamos sufriendo»

Familiares de la víctima y del sospechoso aguardaron con respeto mutuo la salida del presunto homicida | Vivía solo con su madre, de quien ejercía de cuidador

Gaumet Florido

La Aldea de San Nicolás

Jueves, 20 de febrero 2025, 19:56

La calle Los Molinos no tiene salida y son pocos vecinos. Eso explica que sea tranquila y que el movimiento no sea mucho, pero este jueves se convirtió, muy a su disgusto, en epicentro aldeano. Los coches policiales se apelotonaban en su tramo superior, mientras dos grupos de vecinos se agrupaban en dos de sus lados. Por uno, los familiares de la víctima y sus amigos, frente a la casa donde vivió Consuelo. Por el otro, los del sospechoso, al final de la calle, algo menos expuestos a las cámaras de televisión y a los flashes.

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A unos y otros les unía el dolor, un dolor diferente, pero dolor al fin y al cabo. Unos y otros, también, se guardaron, pese a todo, respeto mutuo. Una tragedia se abrió como un abismo entre ambos linajes, pero les anteceden años de buena vecindad e, incluso, amistad. Fueron horas de espera, desde el alba hasta bien pasada la una de la tarde, y bajo un sol que nunca fue clemente.

Esa aparente serenidad, enjugada por momentos en lágrimas y abrazos, solo se rompió un poco al final, cuando una prima del sospechoso estalló contra los periodistas en el momento en que sacaron al detenido de su casa. «Dejen ya de grabar, ya está bien, que estamos sufriendo», protestó, molesta. Ya llevaba rato quejándose, a media voz, cuando se acercaba a las cámaras.

Su salida de tono quebró por un momento el clima de tensa calma y desató el enfado de una nieta de la víctima, que no pudo evitar responderle. «Los que estamos sufriendo somos nosotros», le soltó, apagada enseguida por los reproches de sus propios familiares, que le reclamaron el sosiego que habían sabido mantener durante la mañana. Luego se desahogaba entre los suyos. «Ella podrá ir a verlo a la cárcel; a nosotros nos tocará ir al cementerio».

En la casa de la víctima solo pasó la mañana uno de sus gatos. El otro, más callejero, optó por la compañía de sus dueños, ajeno a lo que pasaba y al trasiego de guardias que entraban y salían de las dos viviendas, la 26 y la 22 de Los Molinos. En la de en medio, según una vecina, ahora no reside nadie. Está vacía.

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«A eso de las diez y media de la noche mis perros rompieron a ladrar, no había manera de que se callaran, pero yo no sabía por qué», confesaba este jueves esta misma vecina. Cuando se asomó a la puerta, a eso de las 11, ya estaban las ambulancias en la calle.

Consuelo Padrón vivía sola, pero su supuesto agresor convivía con su madre dos casas más arriba. Tiene una hija y hasta un nieto, pero residen en otro lugar. Unos y otros coinciden en apuntar que las relaciones entre las dos familias eran buenas. Las dos fueron testigos de la salida del detenido. Sin gritos. Ni aspavientos.

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