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José Manuel Sánchez Riera | Exagente del CNI
«¿Volver a Irak? No, no, no. Ya paso allí dos minutos cada día»La entrevista ·
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José Manuel Sánchez Riera | Exagente del CNI
«¿Volver a Irak? No, no, no. Ya paso allí dos minutos cada día»La entrevista ·
En 'Tres días de noviembre' relata el atentado en el que murieron sus siete compañeros y el infierno mental que vino despuésJosé Manuel, Pepe, Sánchez Riera (Madrid, 58 años), conserva como una reliquia las botas llenas de barro que calzaba el 29 de noviembre de 2003, ... el día en que ocho agentes del CNI fueron emboscados en Latifiya, a 40 kilómetros al sur de Bagdad. Él fue el único superviviente de aquella matanza, y ahora, 21 años después, relata en primera persona su historia vital, la que le llevó al Ejército, al CNI y a Irak y la que, tras el atentado, le generó un trastorno de estrés postraumático que le jubiló con 48 años y que hoy sigue tratando de mantener a raya. Casado y padre de tres hijos, José Manuel no se deja nada en 'Tres días de noviembre' (Espasa), un libro dedicado a su familia, «la que más ha sufrido mi enfermedad», y en el que rinde homenaje a sus siete compañeros asesinados. Aquel 29 de noviembre bajaban en dos todoterrenos desde Bagdad a sus bases de Diwaniya y Nayaf. Él ocupaba el asiento de detrás del copiloto de un Chevrolet Tahoe azul en el que también iban Alfonso Vega, José Carlos Rodríguez y Carlos Baró. En el otro, un Nissan Patrol blanco, viajaban Alberto Martínez, José Lucas, Luis Ignacio Zanón y José Ramón Merino. Prestaban labores de contravigilancia.
- El convoy sufre una emboscada en Latifiya, una pequeña ciudad al sur de Bagdad…
- Sí, circulábamos por el carril derecho cuando de repente escuchamos el ruido de un motor viejo que acelera a toda pastilla, se sitúa en el carril izquierdo y empieza a dispararnos. No sabes qué está ocurriendo ni por dónde te vienen los tiros. Pero en un instante pasas del descontrol al modo 'hay que actuar'. Alfonso, que conducía y era especialista en conducción evasiva, acelera hasta ponerse a la altura del otro de nuestros vehículos para avisarles de que nos están atacando. Siguen los disparos y en un momento dado dice 'Me han dado en la espalda', pega un volantazo y el Chevrolet se sale de la carretera. Aparecimos a unos 70 metros de la vía, cerca de unas casas y en medio de un gran charco de agua y barro…
- Y pierde su pistola.
- Yo iba bastante aturdido y al bajarme con el arma en la mano caí en el charco y perdí la pistola. Entonces el vehículo de los atacantes se colocó en el arcén y siguió abriendo fuego contra nosotros. Creo que disparaban con Kalashnikov. No por el sonido, sino por la cadencia. Era tiro a tiro. Cuando pudimos volver a levantarnos, vimos que Alfonso estaba muerto y José Carlos, que viajaba detrás de él, estaba gravemente herido. Lo tumbé sobre el asiento para que estuviera más cómodo. En ese momento apareció el Nissan de nuestros compañeros. Carlos me dijo que me acercara, subí y vi que Alberto, el conductor, estaba muerto, y Pepe Lucas, que iba detrás de él, estaba herido. Volví a bajar hasta el Chevrolet para informar a Carlos de la situación.
- ¿Hicieron llamadas?
- Sí, Carlos intentó contactar con la base de Diwaniya y con la división polaca de la que dependía orgánicamente nuestra brigada, pero cuando tienen que salir mal las cosas, salen mal todas y fue imposible. Marcó entonces el teléfono de nuestro enlace en Madrid, que sí nos atendió, pero antes de poder darle nuestra posición, la llamada se cortó.
- Mientras tanto seguían disparándoles…
- Sí, ahora lo hacían desde las casas cercanas. Tras perder mi arma, me hice con una de las pistolas ametralladoras que llevábamos, pero no es un arma de gran calibre y encima se encasquillaba. Solo pude hacer un disparo. Ante esa situación, Carlos me dijo que subiera a la carretera y buscara ayuda en Latifiya.
- Va a buscar ayuda bajo una lluvia de proyectiles... ¿hay tiempo para pensar que una bala le puede dar y se acabó?
- No, porque si te da, te va a dar igual. No entras en esas disquisiciones. Tienes la adrenalina por los aires y el corazón a mil, lo único que piensas es en el siguiente paso.
- Sólo había caminado unos metros cuando a su alrededor empezó a congregarse un grupo de gente, una turba que le apalea.
- Sí, empiezan a zarandearme, me pegan patadas, me dan golpes en la cabeza, puñetazos. Había una fila de vehículos parados por la emboscada y de un autobús se bajó un señor mayor y con toda su ira me estampó un zapatazo en toda la cara...
- Pensaba que le iban a matar...
- Pero esa sensación de que vas a morir no te genera nada. Aún me asombra que ante la muerte inminente, tengas una tranquilidad pasmosa y fría, que no te acuerdes de tu familia. Me acordé una fracción de segundo de ellos. Es el instinto de supervivencia el que hace que te desprendas de tu humanidad, de esos sentimientos que te pueden evitar hacer lo que tienes que hacer en ese momento, que es 'sigue vivo, tío'.
- Entonces llega un hombre que le besa y cambia su destino.
- Así es, un hombre de mi edad, yo entonces tenía 37 años, que me mira a la cara y sin preguntar nada me da un beso en la mejilla y se marcha por el mismo camino por el que había venido. Y el beso de aquel hombre, al que todos parecían respetar, cambia la escena radicalmente. La gente que me pegaba desaparece.
- Un beso le salva la vida...
- Sí, pero no solo el beso me salva la vida. También me salva la vida el hecho de que nadie me matase cuando llego a los coches.
- Tras ese gesto, un taxista se ofrece a llevarle…
- Me monté en el asiento delantero del taxi con la puerta abierta. Pero a los cien metros veo una patrulla de la policía y me bajo casi en marcha. Lo primero que les pido es la documentación y efectivamente eran policías iraquíes, pero de la coalición. O sea, la nueva policía. Por señas les digo que nos habían atacado. Ya lo sabían. Con un gesto me dicen que caput, que todos mis compañeros están muertos.
- Y le trasladan a una comisaría…
- Allí había un policía que hablaba inglés. Yo le hago un pequeño relato y le pido hablar con la embajada española. Y mientras hace gestiones, me quedo en una celda con una jarra de agua. Otro policía me deja un paquete de tabaco y un mechero, me toca la mano y se va. Llevaba dos años sin fumar. Estuve 24 horas fumando sin parar.
- ¿Sigue fumando?
- He estado cinco años sin fumar, y he vuelto hace año y medio.
- ¿21 años después ha pensado en volver a Latifiya?
- He pensado en no volver allí nunca, directamente. No, no, no. Yo tengo estrés postraumático pero no es una situación que controles. Si ahora estoy bien, ¿para qué voy a hacer algo que probablemente me vaya a afectar emocionalmente y me pueda sacar del estado de tranquilidad en el que vivo? Además, yo no tengo necesidad de verlo porque lo veo cada día. No tengo que hacer un esfuerzo para ir a Irak. Todos los días paso allí dos o tres minutos.
- Uno de los pocos miedos que le quedan es que su estado psicológico pueda empeorar.
- Sí, por eso mis reticencias a salir del estado de tranquilidad. En el proceso de una enfermedad mental, quien más lo sufre es la familia que está alrededor del enfermo. Mi miedo es que yo recaiga y que afecte a quien ya lo ha pasado muy mal.
- ¿Ha tenido pesadillas?
- No, la pesadilla la vivo. No me tengo que despertar en mitad de la noche. Lo que no podía era dormir. Yo me iba a la cama, cerraba los ojos y con los ojos cerrados me tiraba una hora en la cama, a la hora decía me voy de aquí, me voy a fumar, me voy a no sé dónde. Desde el atentado hasta 2014 más o menos yo no he dormido una noche bien.
- Dice que se sentía cobarde por el hecho de estar vivo…
- Y culpable. Es una reacción lógica al hecho traumático de que eres el único. Te preguntas ¿qué has hecho tú para estar vivo? Y entonces la mente empieza a generar sentimientos negativos hacia ti. Es así.
- ¿Y por qué cree que está vivo?
- No lo sé. Llámalo destino, llámalo suerte. No tengo una respuesta clara.
- Hasta que se puso en manos de un psiquiatra tuvo sentimientos de desesperanza…
- Claro, la crisis te lleva por unos caminos muy extraños. Primero te separan de lo que más quieres porque empiezas a ser un objeto de mobiliario. Yo en casa participaba menos que una silla. Pero no fue de repente. Eso empieza en 2008, cinco años después.
- ¿Qué pasó en 2008?
- Que empiezo a alejarme de mi familia... a aislarme. Es la parte del libro que más me ha dolido escribir. Porque he hecho sufrir a los que más quiero.
-Fue su hijo mayor el que le hace reaccionar…
-Sí, Sergio, que entonces tenía 15 años, un día en casa me dice '¿Qué haces?'. Estoy leyendo. 'Eso está muy bien, pero en esta casa estamos cuatro y esto lo tienes que arreglar'. Y entonces me hizo clic la cabeza y me dije: 'Joder, si mi hijo de quince años que tiene que estar engañando a su padre y metiéndome en unos 'embolaos' tremendos está más pendiente de mí que yo de él, mal andamos'. Y entonces empecé a ir al psiquiatra.
- ¿Y mejoraron las cosas?
- Mejoró mi situación familiar, pero empezó a empeorar mi situación profesional. Perdí completamente las ganas de trabajar. Había días que llegaba, encendía el ordenador y lo apagaba. Otros días llegaba con el coche y sin parar el motor daba marcha atrás y me iba a casa. Una mañana de marzo de 2009 subiendo la escalera del edificio principal del centro me puse a llorar. Saqué el teléfono y llamé a Rufino, mi psiquiatra, y le dije Rufino, ayúdame. Me dio la baja y empecé a medicarme. Estuve así un año. Pensé en iniciar los trámites para pasar por el tribunal médico y obtener la baja por incapacidad permanente. Pero era muy joven para jubilarme, tenía solo 44 años. En 2010 surgió la posibilidad de ir a trabajar fuera. Lo hablé en casa y probamos. Nos fuimos a Uruguay a vivir. Estuvimos tres años fuera, y en 2013 regresamos… y ostras, otra vez los síntomas, otra vez la desesperanza... Esto no puede ser. Llamé a Rufino y empezamos los trámites para retirarme. Desde 2014 estoy jubilado por incapacidad permanente.
- ¿Cómo está ahora?
- Bien. Tranquilito. Mi estado de felicidad es la tranquilidad.
- ¿Tiene algún sentimiento de venganza?
- No. Y tampoco he vuelto a tocar un arma. No puedo.
- ¿Suele ver a las familias de sus compañeros?
- Me encuentro poco y lo entiendo. No soy necesario en sus vidas, porque soy el recuerdo y el recuerdo para ellos es tremendamente negativo. Ellos saben que me tienen para lo que necesiten.
- ¿Este libro ha sido un paso adelante en su vida?
- Un paso más. ¿Adelante, atrás? No lo sé. ¿Es terapia? Sí. ¿Es sanador? También. Es un paso más, parte del camino.
- Por cierto, conoce bien nuestros servicios de inteligencia…
- Jugamos en la Champions, junto con la CIA o el MI6 británico… pero con los medios de regional. El presupuesto es mínimo en comparación con los más punteros. Nuestro servicio de inteligencia es muy bueno por la gente que trabaja allí. Somos muy respetados.
- ¿Qué hará con las botas que llevaba aquel día en Latifiya?
- Van a ir a un lugar muy especial, pero prefiero no decir dónde.
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