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daniel gómez
Los Llanos de Aridane
Domingo, 17 de octubre 2021
La incertidumbre ha sido la única constante que se mantiene en La Palma desde que estalló el volcán. ¿Por dónde va la colada? ¿Continuarán las evacuaciones? ¿Seguirá tragando casas? ¿Y fincas? ¿Y comercios? ¿Y carreteras? ¿Habrá una nueva boca? ¿Y más terremotos? ¿Y más ceniza? ¿Y más explosiones? Estas son las preguntas que se repiten palmeros desde que el 19 de septiembre comenzó la erupción. 28 días que lo han cambiado todo. Desde el ánimo, hasta el paisaje. Pero que no detienen a unos habitantes que se empeñan en ser más fuertes que el volcán. Las historias de Julio César Leal, César Bravo y Dácil Batista lo demuestran.
Se podría decir que a Julio César Leal volcán lo dejó sin nada. La lava se llevó su casa, la de su madre, la de su hermano y la de sus suegros. Por si no fuera suficiente, también le arrebató su medio de vida: las dos queserías que tenía en Las Manchas y que no solo eran la principal fuente de ingresos, sino el fruto de más de tres décadas de trabajo. Lo que no le arrebató a Julio César Leal fueron sus ganas de salir adelante.
«No tengo casa, ni quesería, ni explotación caprina, pero estoy saliendo. ¿Y por qué estoy saliendo? Porque le pongo voluntad», explica.
«Hay que tener fe e intentar buscar la oportunidad. Mi suerte fue la de preguntarle a las personas adecuadas para continuar haciendo mis quesos», agrega este empresario desde la Central Quesera de Las Moraditas, en El Paso, una instalación que el Cabildo palmero ha puesto a disposición para que emprendedores como él continúen haciendo sus quesos, a pesar del volcán. Quesos que además cuentan con un detalle peculiar. Su empresa se llama Lácteos Tajogaite. Y Tajogaite es uno de los nombres que se barajan para bautizar al volcán. En el lenguaje de los aborígenes palmeros, los benahoaritas, tajogaite significa Montaña Rajada, que es el sitio donde comenzó la erupción.
Otra historia inspiradora es la de César Bravo. Veterinario de profesión -y vocación-, vio como en los primeros días de la emergencia la lava se llevaba su casa y la de su pareja. Lloró. Dejó de hablar. Necesitó tratamiento. Pero se repuso con rapidez.
«Pronto descubro que, lejos de deprimirme, de estar abatido, de no saber si voy a levantar cabeza o no... Lejos de eso, me lanzo a hacer lo que he hecho toda mi vida que es trabajar como veterinario», explica César Bravo desde el albergue de animales habilitado en las canchas del IES Eusebio Barreto, en Los Llanos de Aridane.
En ese pabellón es donde César Bravo pasa ahora la mayor parte de su tiempo. Porque no solo está atendiendo animales, sino que también coordina el operativo que el Colegio Oficial de Veterinarios de Santa Cruz de Tenerife ha llevado a La Palma para poder atender a los animales afectados por la erupción.
«Me ofrecieron la oportunidad de dirigir al equipo que el Colegio de Veterinarios ha montado en Los Llanos y empiezo a descubrir una corriente de empatía y de solidaridad realmente inspiradora», apunta.
Bajo el liderazgo de César Bravo, y con el apoyo de decenas de veterinarios venidos de toda Canarias, más de 200 animales, sin contar otros más pequeños como gallinas y conejos, han sido atendidos por este operativo. Un operativo también tiene como labor georreferenciar las mascotas para que se reencuentren con sus dueños.
«Todos los buenos momentos que he coleccionado aquí me ayudan a darme cuenta de que tenemos una profesión súper vocacional, y que estamos dispuestos a hacer lo que sabemos hacer donde se nos llame y cuando se nos llame», asegura César Bravo, orgulloso por cómo su oficio se ha visto reforzado durante la emergencia.
«Los veterinarios nos estamos sintiendo útiles en toda esta catástrofe», agrega. «Hemos ganado en experiencia lo que no está escrito y nos hemos dado cuenta que podemos ayudar muchísimo no solo a rescatar animales, atenderlos o remitirlos a clínicas, sino ayudar a personas rescatando a animales dentro de la zona de exclusión. Esto ha supuesto una satisfacción muy grande para nosotros».
Dácil Batista Rodríguez también ha visto como el volcán ha supuesto un cambio radical en su vida. Aunque fue evacuada desde el primer momento, su casa sigue ahí, en la zona cero, pero en pie. Lo que ocurre es que se está haciendo a la idea de que pasará mucho tiempo hasta que pueda regresar a ella.
«¿Cuándo volveré a casa? Creo que las navidades, los Reyes y los carnavales los vamos a pasar aquí. Ese es mi sentimiento», cuenta.
La casa de Dácil Batista se encuentra en Las Manchas, en las cercanías donde estalló el volcán. La piscina en la que se bañaban sus hijos antes de que eso ocurriera ahora no está llena de agua sino de ceniza. De esa arena negra que ha ocultado un paisaje que antes coloreaban de verde los pinos y las hojas de los viñedos.
Las carreteras más rápidas hacia a el hogar de Dácil también se encuentran bloqueadas por las coladas y cualquier recorrido que tenga que hacer para ir al colegio de sus niños en Los Llanos de Aridane le supondría prácticamente un viaje de dos horas, como el que tienen que hacer los agricultores con fincas en el Remo, Charco Verde y Puerto Naos. Por ese motivo ve tan lejana su vuelta a casa. Por eso, y porque el volcán sigue en erupción, y porque ha encontrado una cierta comodidad en un improvisado barrio.
Por encima del campo de fútbol de Los Llanos de Aridane, el Ayuntamiento ha habilitado un espacio para que los afectados con caravanas puedan alojarse. Ahí se encuentra Dácil Batista con sus dos niños, su pareja, su suegra y la cuñada de esta, que tiene ocho años.
«Dentro de la tragedia estamos bien», asegura. «En nuestra casa teníamos un parque, una piscina, los niños podían con jugar total libertad y ahora no. Aunque el Ayuntamiento cerró la calle para que no pasen coches, siempre estamos pendientes para que no les pase nada. Lo más molesto es el hecho de estar todo el día en la calle. Pero no podemos quejarnos de nada. Te acostumbras y haces de esta nueva normalidad una rutina».
Dácil Batista tenía su vida muy organizada. Se levantaba para vestir a sus hijos, los llevaba a la escuela, a las actividades extraescolares, los ayudaba con los deberes, atendía la casa.... «Me gustaba estar en casa», afirma resignada.
Aunque todo eso cambió, ha encontrado una nueva rutina en la caravana. Ahora se levanta temprano para ir a buscar el desayuno, desayunan juntos los seis, organizan la mañana, comen de nuevo juntos y entonces ella se marcha a trabajar hasta las 11 de la noche, cuando llega.
A partir de ahora, Dácil Batista es consciente de que sus días serán más o menos parecidos. Pero es su elección. Como el resto de evacuados, tuvo la posibilidad de hospedarse en el hotel de Fuencaliente, un resort de cuatro estrellas en el que ahora viven más de 280 personas desalojadas.
«Para nosotros ir al hotel de Fuencaliente no era una opción. Preferimos la caravana. Era mucho más fácil para nosotros porque los niños tienen el colegio y la guardería en Los Llanos de Aridane. Aunque a veces es difícil organizar el espacio y convivir los seis en el mismo vehículo, nos hemos ido adaptando. Además, se ha formado una suerte de barrio de caravanas en el que también nos sentimos como una familia», asegura.
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