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Rosa Rodríguez, Santa Cruz de Tenerife y Santa Cruz de Tenerife
Domingo, 23 de septiembre 2018, 13:24
El hombre que duerme a su lado cada noche, su hijo, su hermano, su compañero de trabajo, el chófer de la guagua, el policía de su barrio, el concejal de zona, el maestro de sus hijos o el comercial de su banco, cualquiera de ellos, es muy probable que haya pagado alguna vez por una prostituta. Y lo es por simple estadística, porque España es el país europeo y el tercero del mundo, tras Tailandia y Puerto Rico (un territorio asociado a los Estados Unidos), donde más prostitución se consume.
Entre el 27% y el 39% de los hombres españoles (también canarios) habría pagado por sexo alguna vez, según los datos aportados por diversas investigaciones, entre ellas el informe Trata de personas hacia Europa con fines de explotación sexual de la ONU. La inmensa mayoría «ni siquiera se planteó que la mujer por la que pagaron pudiera ser una víctima de trata», denuncia la activista de Feminicidio.net y exprostituta Amelia Tiganus: «Para los puteros solo somos cuerpos donde van a eyacular».
Lo cierto, dice Tiganus, que ayer estuvo en Gran Canaria hablando sobre la trata de mujeres con fines de explotación sexual, es que «la mayoría de mujeres que están en prostitución son víctimas de trata», de ahí que para esta mujer, que es un referente en la lucha contra la explotación sexual y la prostitución, «es imprescindible visibilizar y hacer entender a la sociedad que hay hombres que pagan por usar cuerpos y que la demanda no se satisface con putas felices, como quieren hacernos creer, sino que se sacia con mujeres pobres, víctimas de la trata».
El mundo conmemora hoy el día Día Internacional contra la explotación sexual y el tráfico de mujeres, niñas y niños sin tener datos reales de cuántas mujeres son víctimas de trata, pero sí sabiendo que es, junto con las drogas y las armas, la más rentable de las actividades delictivas internacionales. Tiganus estima que «el 90% de las mujeres en prostitución en España son víctimas de trata». Ella misma lo fue y reconoce que le costó «años» verse como tal. «Son muy pocas las denuncias y las sentencias contra proxenetas porque son las mujeres prostituidas, violentadas, denigradas, anuladas y amenazas las que tienen que denunciar», recrimina.
«Es mentira que haya putas felices, pero la sociedad quiere seguir pensando que las hay y mi deber moral -asegura- es hacerle ver lo que no ven o lo que no quiere ver», sostiene Amelia Tiganus, que asegura que «los burdeles son campos de concentración a los que acuden maridos, novios, hijos o vecinos a elegir mujeres para satisfacer sus deseos sexuales, para reforzar su masculinidad, denigrando, cosificando y humillando a las mujeres que están allí esclavizadas» y, sostiene, «a todas las mujeres».
Esther Torrado, investigadora y profesora del Departamento de Sociología y Antropología de la ULL, llama la atención sobre «la importancia de poner el foco en el consumidor de prostitución al hablar de prostitución». Los puteros dice, son «demandantes de cuerpos», que quieren «un producto variado y barato» y hay «un surtidor de esos cuerpos: las redes de trata»
Y en esto Amelia Tiganus es muy clara: «Sin puteros no habría prostitución y sin prostitución no hay trata de mujeres».
Ambas luchan por desviar el foco de las mujeres prostituidas para ponerlo sobre sus otros actores de la prostitución: puteros, proxenetas y traficantes. «Las mujeres están en prostitución porque hay un proxeneta y un consumidor de prostitución».
Torrado y Tiganus, como muchas otras activistas feministas, se declaran abiertamente abolicionistas de la prostitución, colocando a la mujer en prostitución como víctima y señalando a los puteros y traficantes como victimarios.
A juicio de ambas, se hace imprescindible un plan nacional para atacar la trata y la prostitución porque ambos «son un asunto de Estado». En este país, sostiene Torrado, «se habla de trata pero no de prostitución» cuando la trata, dice el médico y experto en prostitución Juan Carlos Volnovich, «comparte el mismo universo que la esclavitud y la tortura». Volnovich tiene claro que el debate se tiene que centrar en este punto porque «como no hay esclavitud buena, tampoco hay prostitución buena», como defienden los que abogan por su regularización o su prohibición.
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