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Pablo M. Díez / Enviado especial. Wuhan
Jueves, 23 de abril 2020, 12:28
Pero hoy es el centro de todas las sospechas y la diana de una virulenta disputa política que amenaza con truncar el auge de China y reventar el mundo globalizado por el que tan alegremente nos movíamos hasta que el coronavirus nos cambió la vida.
Por casualidad, culpa del destino o lo que sea, la pandemia estalló en Wuhan, donde China tiene su más importante centro de investigación de virus. En las colinas a unos 30 kilómetros a las afueras de la ciudad, el Instituto de Virología de Wuhan dispone de un superlaboratorio con el más alto nivel mundial de bioseguridad (BSL-4) autorizado para manejar los patógenos más peligrosos y mortales. Conocidos como P4, entre ellos figuran el ébola y otros como el SARS (síndrome respiratorio agudo y severo), en el que está especializado porque también surgió en China y es ‘primo’ del nuevo coronavirus, cuyo nombre técnico es SARS CoV-2.
Entre los jardines, y rodeado por una alambrada con cámaras de seguridad cada pocos metros, este laboratorio se ubica en un moderno edificio de 3.000 metros cuadrados y unas cinco plantas de altura conectado en una de sus esquinas a una torre circular con ventanas tintadas. A tenor de la agencia France Presse, aquí se encuentra el mayor banco de virus de Asia, con 1.500 cepas, y también otro laboratorio con un nivel inferior de seguridad (P3).
Con el cuatro como máximo, dichos códigos determinan las medidas de control a la hora de tratar con los virus más contagiosos, como el filtrado del aire y el agua, los trajes aislantes que deben vestir los investigadores y la gestión de los desechos materiales o biológicos con que trabajen, como las cobayas de sus experimentos.
Este laboratorio es fruto de un acuerdo firmado entre China y Francia en 2004, tras la epidemia del SARS, para combatir nuevas enfermedades infecciosas. Con un presupuesto de 300 millones de yuanes (39 millones de euros) y el asesoramiento del Gobierno galo y la firma bioindustrial Institut Merieux, fue terminado en 2015, aprobado en 2016 e inaugurado en 2017 por el entonces primer ministro francés, Bernard Cazeneuve.
Operativo desde 2018, el P4 de Wuhan ha colaborado, entre otros, con el Centro Internacional de Investigación e Infecciones (CIRI) de Francia y el Laboratorio Nacional de Galveston en Texas, ya que EE UU también participó en su financiación. Además, tenía proyectos comunes con el Laboratorio de Microbiología de Canadá hasta que dos científicos chinos, Xiangguo Qiu y su marido Keding Cheng, fueron expulsados en julio de 2019 por un oscuro incidente que, según algunos medios de ese país, pudo estar relacionado con espionaje científico o incluso con un inquietante robo de muestras.
Con 37 grupos de investigación en disciplinas como la epidemiología, la virología molecular, la inmunología y la microbiología analítica de patógenos y agrícola y medioambiental, el Instituto de Wuhan está especializado en los coronavirus de murciélagos. Su subdirectora, la prestigiosa doctora Shi Zhengli, fue quien descubrió que el SARS, originado en 2002, procedía de murciélagos de una cueva de la provincia de Yunnan, cuyo coronavirus había mutado en las civetas que se comían en un mercado de Cantón (Guangdong), desde donde pasó al ser humano.
Con este antecedente y una coincidencia del 96% del nuevo coronavirus con el de los murciélagos, todas las miradas se posaron sobre el mercado de Huanan en Wuhan, donde también se cocinaban especies salvajes, cuando estalló esta nueva epidemia en China. El mercado fue cerrado el 1 de enero y desinfectado. Pero un estudio de investigadores chinos en ‘The Lancet’ ya señalaba en enero que el primer paciente del coronavirus enfermó el 1 de diciembre y no tenía ninguna relación con ese mercado. Y no solo él, porque de los primeros 41 casos, 13 no tenían vínculos con Huanan.
Enseguida surgieron teorías de la conspiración que apuntaban al laboratorio P4, que las ha negado tajantemente. Aunque los más prestigiosos virólogos internacionales, como W. Ian Lipkin y el español Luis Enjuanes, creen que el coronavirus es natural y no ha salido de un laboratorio, dos medios estadounidenses han ahondado recientemente en dicha idea. Pero no como el «arma biológica perfecta» que, sorprendentemente, presagiaba el escritor Dean Koontz en su novela ‘Los ojos de la oscuridad’, donde se inventa un virus llamado Wuhan-400. No, las sospechas apuntan ahora a una ‘fuga’ accidental del laboratorio.
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