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Carlos Ramos está convencido de que el derecho al olvido oncológico que debía haberse hecho efectivo en España desde el pasado sábado hubiera sido, igualmente, papel mojado.
La norma posibilitaba que quien hubiera superado un cáncer hace más de cinco años pudiera borrarlo de su historial médico al contratar un seguro de vida, pedir un préstamo o incluso comprar una vivienda.
«Siempre se van a buscar una triquiñuela. La gente siempre te pone obstáculos. Pedí la tarjeta de minusválido. No sé si me la darán. La primera vez que solicité la incapacidad permanente me la denegaron diciendo que lo mío era una enfermedad común. Si no cumples ciertos requisitos, no te dan las ayudas. Al final tienes que ir al juzgado a denunciar al Instituto Nacional de la Seguridad Social para recibir la prestación. A mí ninguna aseguradora me asegura la salud y si lo hace, es más caro. No me puedo operar el cáncer en una clínica privada, pero tenemos un Doctor Negrín fantástico y gracias a la sanidad pública he salido adelante. La gente te mira raro en el supermercado si te ve con una silla de ruedas o un bastón. Tampoco hay respeto hacia las personas con minusvalía. Nadie te cede el asiento, aunque te vayas al piso de la fatiga. Hay una falta de empatía general que es alucinante», relata este grancanario de 45 años que está recuperándose de un linfoma no Hodgkin.
Sabe por experiencia que para el entramado administrativo y empresarial las personas somos simples números a los que se les exige productividad. «De mi empresa no me llamaron ni una sola vez para saber cómo estaba», lamenta Ramos sobre una frialdad que se acentúa hasta resultar dolorosa para las personas con cáncer, una dolencia con la que ha bregado durante once años en los que ha ido levantando cabeza y recayendo hasta cuatro veces.
Al esfuerzo para recomponerse de cada golpe, hay que sumar la desazón por la falta de apoyo y la incomprensión que ha recibido desde diferentes ámbitos.
En 2011, con 34 años, nació su primera hija y le diagnosticaron su enfermedad. Ahí empezó un carrusel de tratamientos y recaídas. «Me han dado quimio, inmunoterapia, radioterapia... De todo», explica Ramos que durante estos años se ha sometido a cuatro intervenciones quirúrgicas.
El último episodio de su odisea fue un auténtico calvario pero lo cuenta feliz y sonriente, como si hubiera sido hace mucho tiempo.
Le practicaron un autotrasplante de células madre que requirió someterlo a durísimas sesiones de quimioterapia hasta dejarlo sin sistema inmunitario.
Se lo hicieron en agosto del año pasado. Permaneció aislado en el hospital 21 días. «Cuando el cuerpo empezó a producir nuevas células madre, me salió la piel nueva, el pelo liso, todo nuevo; como volver a nacer. Me están vacunando con todas las vacunas que me puse de pequeño. Estaba sin defensas. Los cuatro primeros meses iba en silla de ruedas», explica de esas largas semanas en las que perdió su autonomía.
Este comercial retirado dice que es duro verse sin trabajo con 45 años, pero también lo es pedir trabajo y comprobar que nadie iba a dárselo. En todo caso, su médico fue muy claro: «me dijo que me olvidara de trabajar».
Y eso ha hecho. «He cambiado el chip. Se me ha dado una segunda oportunidad que tengo que aprovechar. Mis padres murieron de enfermedades raras y complicadas. Tenían mucho dinero. El dinero ayuda, pero no da la felicidad», dice Ramos cuyo objetivo es recuperar el tiempo que le robó la enfermedad. «Me perdí muchas cosas de mis hijas», sostiene el superviviente cuyo objetivo vital es disfrutar con su mujer y sus dos chiquillas.
Actualmente, tiene reconocida una discapacidad física del 65% y está solicitando la discapacidad permanente. «A nivel administrativo te ponen muchas trabas y con la enfermedad es más difícil todavía. Para presentar los papeles en la Seguridad Social fue un follón, si no es por la ayuda de la Asociación Española Contra el Cáncer, no lo consigo (AECC)», comenta.
«Es verdad que tenemos dificultades para muchas cosas. Los bancos no nos dan hipotecas. No tengo casa propia. Vivo de alquiler. No puedo sacarme una hipoteca porque piensan que te vas a morir mañana», relata. Pero quizás los golpes más difíciles de encajar vinieron de los amigos que dejaron de serlo.
«En el colegio de mi hija se formó un grupo de amigos entre los padres. Lo típico, salíamos a comer o quedábamos mientras los chiquillos se divertían. Desde que se enteraron de que tuve una segunda recaída, me dejaron de hablar. De hecho, ahora, si me ven por la calle, ni me saludan. Tienen miedo, como si se lo fuera a pegar. Me quedé sin pelo, sin cejas... Mucha gente no te apoya», lamenta Ramos que agradece la fuerza de su mujer para sacar a la familia adelante.
En todo caso, reconoce que también ha habido cosas buenas: amigos que lo visitaban en el hospital o que se quedaban con las niñas mientras su mujer lo acompañaba, parientes que llevaban a las pequeñas de excursión para distraerlas... «La experiencia ha servido para distinguir quién merece mi amistad y quién no. Tengo parientes que, por pleitos de herencias, se han alegrado de que tuviera cáncer», lamenta.
El cáncer también se tradujo en apuros económicos. «Al no trabajar y tener solo la empresa de logística de mi mujer; si no hay carga, no cobras. No nos ayudaron económicamente. Solo unas tías un par de meses. Tampoco pedimos ayuda. Escondemos la enfermedad para no preocupar a los demás», confiesa Ramos.
Ahora, se ha valido del bagaje vital acopiado durante su enfermedad para escribir un libro titulado 'Yo, el dragón. Cómo vencí al cáncer' y, sobre todo, para ayudar a otros pacientes como voluntario de la AECC. «Verte solo en una habitación del hospital es muy duro. Van los médicos, los familiares... pero cuando estás solo le das mil vueltas a la cabeza», recuerda. «Falta apoyo psicológico. Hay gente que se queda media loca. Apenas puedes dormir por los dolores y la preocupación», subraya Ramos que también reclama más fisioterapeutas para evitar el deterioro físico por estar encamado.
«Me han hecho de todo, he pasado por muchas terapias oncológicas. Sé lo que es y con mi testimonio creo que puedo ayudar a otras personas», dice este hombre que ahora vive el presente y disfruta de las pequeñas cosas. «Salir a merendar o al cine con mis hijas para mí es lo más», asegura risueño.
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