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La vida no se acaba con un diagnóstico de cáncer. Si acaso, empieza otra en la que el tiempo y las personas cobran todo su valor y las minucias lo son aún más. Esta es una de las lecciones que, coincidiendo con el Día Mundial contra el Cáncer, comparte Carolina Santana, una joven a la que en 2010 le detectaron un cáncer de mama, que ahora está en fase metastásica.
«Hay tres palabras que, con el tiempo, aprendes que no son tan fuertes como cuando las oyes por primera vez. 'Cáncer, metástasis, paliativos' son palabras muy fuertes. Cuando te lo dice el médico, tiene tanto impacto, que te pones en el peor escenario, pero no es así. Cuando ya estás dentro y ves cómo es la vida de las personas con cáncer, ves que el proceso a veces sí es un poco duro, pero otras veces no», comenta Santana, que define la enfermedad como una montaña rusa.
«A veces estamos genial, bajamos, pero remontamos... Ni todos los ciclos ni todas las quimios son iguales. Hay días en los que te sientes mejor y días en los que estás peor», explica Santana, residente en Arucas y madre de dos pequeñas.
Otra de las cosas que ha aprendido en estos catorce años es que la enfermedad condiciona su vida, pero no totalmente. «El cáncer no va delante ni detrás, sino que vamos caminando juntos. No va a determinar mi vida, aunque vamos de la mano», afirma la joven que tuvo que dejar su carrera de Biología cuando le diagnosticaron su patología a los 24 años.
Ahora tiene 37. Después de ser tratada, estuvo cinco años limpia. Ahí tuvo a su primera hija. Luego, en 2017, tuvo una recaída y tres años después constataron que tenía metástasis en los huesos y en el hígado.
«En ese momento estaba súper bien. Trabajando», relata. Sin embargo, en 2020, la operaron de urgencias por un absceso perianal y vieron que el cáncer se había extendido. «Ahora estoy en quimioterapia y hormonoterapia», comenta Santana. Su objetivo, «tener calidad de vida y aguantar, seguir para adelante». Para conseguirlo, cuenta con la imprescindible complicidad de su oncólogo.
Durante todo el proceso ha tenido ayuda psicológica para que el cáncer no le impidiera vivir el presente y evolucionar. «Hay veces que pienso que no puedo hacer cosas porque la enfermedad no me lo permite, pero realmente puedo hacerlas con limitaciones. He aprendido a no decir 'no', sino 'vamos a hacerlo, pero vamos a adaptarlo'», confiesa. Aunque las limitaciones son muchas y variadas.
«Después de que me diagnosticaran la metástasis, trabajé y duré exactamente un mes. Era un trabajo adaptado a mi vida; teletrabajo, cuatro días a la semana, media jornada... No debería suponer ningún problema, pero estar sentada me generó dolor en el coxis. Tuve que dejar el trabajo y me tuvieron que dar radiación en el sacroiliaco», comenta sobre otro de sus compañeros de vida, el dolor, que la persigue casi a todas horas por lo que recibe atención en paliativos.
Su aspecto y sus rutinas no dan pistas del sufrimiento. «Soy activa. Me levanto y hago todo lo que hace una madre; las llevo al colegio, las recojo, hacen las extraescolares, lo normal...», cuenta Santana que se ha aferrado al ejercicio como forma de terapia.
«Hago deporte todos los días. Es parte del tratamiento. Si no lo hago, los dolores me comen», explica sobre sus sesiones de pilates, yoga, piscina y gimnasio con las que explora sus límites. «Si me encuentro cansada, voy al gimnasio, pero no hago todo lo que tengo que hacer, solo lo que pueda. Si hago un sobreesfuerzo luego estoy una semana en la cama», dice.
Ahora, Carolina no tiene pareja. «Es una de las cosas que ocurre cuando entras en esta enfermedad. No siempre la otra persona puede sobrellevarlo porque tu vida cambia», sostiene.
En todo caso, cuenta con el apoyo de su familia y sus amistades, un entorno reducido y apreciado. «Valoro más mi tiempo y se lo dedico a aquellas personas que me corresponden y con las que me siento a gusto», dice.
Sus amigas notan que ahora Carolina ve todo de forma distinta. «Hay cosas por las que muchas personas pueden llegar a hacer un mundo y que para mí no significan nada y las omito», comenta. Pone como ejemplo los disgustos gratuitos que se lleva la gente cuando envía un whatsapp y su destinatario no lo lee. «No quiero gastar energía en algo que no tiene sentido. Si tú tienes una idea y yo no estoy de acuerdo contigo, la respeto, pero no voy a discutir», apunta sobre cómo se toma las cosas.
Otro cambio que ha notado es que ahora valora más el tiempo compartido. «Vivimos muy ocupados. El trabajo te arrolla y dices 'no puedo quedar'. Pero, para mí, esos ratitos de encuentro son muy importantes. Aunque llames o escribas todos los días a alguien, no es lo mismo que verse en persona. Y con la familia, igual. Valoras cada minuto», reconoce.
Los problemas económicos son otro de los frentes de Carolina. Su vida laboral es muy corta porque el cáncer se declaró cuando aún estudiaba, por ello le denegaron la incapacidad laboral. «Hay ayudas, pero no tienen visibilidad», señala la paciente que agradece a la Asociación Española contra el Cáncer la gestión de estas prestaciones. «No sabes que hay ayudas hasta que vas hablando con cada persona. Es un desgaste», cuenta.
También lo es invertir horas en revisiones y pruebas médicas. Por eso, Santana pide que se mejoren los protocolos de atención a los pacientes oncológicos para que un análisis periódico no los obligue a gastar largas horas y a peregrinar por un hospital. «Yo tengo vida fuera de aquí, señores», recuerda a los gestores hospitalarios.
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