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Tras la pandemia, la sociedad es extremadamente sensible a cualquier asunto que tenga que ver con los virus, incluso con los más inofensivos y frecuentes. Así, hace unas semanas, el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades (ECDC) alertó del aumento en catorce países, incluyendo a España, de las infecciones por el 'virus de la bofetada', como se conoce vulgarmente al parvovirus (B19), que afecta mayoritariamente a niños y niñas en edad escolar y cuya presencia se manifiesta con sarpullido, sobre todo en los mofletes.
«El virus del niño abofeteado es la quinta infección más común en la infancia y es tan poco importante que ni siquiera se ha intentado encontrar una vacuna», asegura la presidenta de la Asociación de Pediatría de Atención Primaria (APap) de Canarias, Elena Sánchez, que aclara que este virus, altamente transmisible, cursa de forma muy leve en niños sanos.
Aunque el megaloeritema es una enfermedad habitual, su incidencia suele repuntar con una frecuencia de entre tres y cinco años, por lo que el aumento de casos que se está viendo en buena parte de Europa, entra dentro de lo normal, según la pediatra canaria que ha constatado en su consulta el alza de los casos en los últimos meses.
«Después de la pandemia apenas hemos visto casos y ahora hay un rebrote muy intenso», reconoce Sánchez.
En todo caso, no es relevante. «Es una enfermedad tan benigna que muchas veces no se diagnostica», señala la pediatra sobre una sintomatología que muchas veces se confunde con una quemadura solar. Sus síntomas, dice, son similares a los catarrales, con algo de febrícula y dolor en las articulaciones.
Curiosamente, el megaloeritema solo se contagia durante el periodo de incubación y con los síntomas iniciales, que suelen prolongarse entre una y tres semanas. De hecho, cuando aparecen las lesiones en la piel ya deja de ser contagioso.
La patología, leve en la infancia, sí que puede acarrear complicaciones para las mujeres embarazadas, las personas inmunodeprimidas y quienes sufren problemas hematológicos crónicos, advierte Sánchez.
La infección es tan leve que la pediatra no tiene ninguna recomendación que realizar a los padres y madres de los menores afectados. «No tienen que hacer nada. Cuando aparece la erupción y se dan cuenta de que tiene el parvovirus, resulta que ese niño ya no es contagioso. En ese momento ya ni tiene febrícula. En el peor de los casos le puede picar un poquito», dice la médica sobre la casi nula afección del virus.
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