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José L. Reina
Sábado, 27 de enero 2018, 20:04
Peruyera nos recibe en su casa, en las proximidades de Mesa y López, en la capital grancanaria. Se está recuperando de una fortísima gripe, que «hace 40 años» que no cogía. Eso no impide que quiera compartir su historia, para que «los jóvenes no olviden lo que pasó». Y es que la suya es una aportación de mucho valor.
Huérfano con tan solo 8 años, este asturiano ha sido una víctima de las guerras desde que tiene uso de razón. Una bomba acabó con su familia durante el asedio de Oviedo, en plena Guerra Civil española, lo que significó quedarse solo en tierra de nadie, como tantos niños de la guerra, «¿quién iba a hacer caso de un niño solitario en plena guerra?» reflexiona.
Tras caminar desde Oviedo a Gijón, en busca de unos amigos de sus padres, los camiones de la CNT, los republicanos y los socialistas, llevaron a todos los niños que se encontraban desamparados al puerto de El Musel, en Gijón, donde numerosos barcos esperaban para alejarlos de la guerra. En 1937, unos «12.000 niños asturianos salimos de esta manera. Algunos iban a Rusia, otros a Inglaterra, y otros, como fue mi caso, a Francia».
Aquellos niños que lograron llegar vivos a Francia, lo hicieron en un pésimo estado de salud. Fueron trasladados a un hospital en Versalles, donde los pusieron en cuarentena. De ahí, una vez recuperado, fue traslado a los numerosos campos de concentración existentes en Francia, «desde Perpiñan hasta Niza» destinados a los españoles que huían de la guerra. Tras un periplo por numerosos campos de concentración de media Europa, José Manuel recuerda «lo dura que era esa vida, donde pasábamos hambre y mucho frío». Él siempre tuvo claro que la muerte estaba próxima, «pero nunca sucedió, a pesar de que era un muerto en vida».
Huyó de la guerra en su país, y se convirtió en prisionero de otra mucho peor, la Segunda Guerra Mundial. Cuando los alemanes ocuparon Francia, se hicieron cargo de los campos de concentración y fueron seleccionando prisioneros para enviarlos como esclavos a Alemania. «Fui de Guatemala a Guatepeor».
Las labores principales de Peruyera, una vez en territorio nazi, eran «desde labores de limpieza hasta recoger los dientes de oro y las joyas de los judíos muertos. Teníamos que hacer todo lo que los capos nazis nos ordenaran». Los niños estaban aterrorizados. Creían que metían a los prisioneros en los hornos con vida, «los alemanes eran muy bestias». Uno de los principales problemas a los que se enfrentaban los niños eran las violaciones. José Manuel recuerda este episodio con especial emoción: «Sufríamos muchas agresiones. Teníamos mucho miedo a las violaciones, los pederastas hacían verdaderas atrocidades. Los nazis y los no nazis. «Yo fui violado allí. Es uno de los peores recuerdos que tengo de todo aquello». Peruyera zanja este tema con una frase demoledora: «Hoy que estoy vivo lo puedo contar, aquello que hicieron con los niños españoles en los campos de concentración nazis fue lo peor que pueda existir del ser humano. No teníamos culpa de nada, nosotros no habíamos hecho la guerra».
El campo de exterminio de Mauthausen era uno de los más temidos, pues allí el que entraba, por regla general, no volvía a salir. José Manuel recuerda que «allí solo entraban hombres. Las cámara de gas funcionaban muy rápido, era un exterminio masivo». Por allí, el español pudo ver desde a Heinrich Himmler, despiadado Reichsführer de la Schutzstaffel (SS), a Josef Mengele, el temido ‘Doctor muerte’. Los líderes nazis de alto rango como ellos, solían coger el oro de las víctimas exterminadas. «Vi como Himmler entraba donde estaba el oro, y salía con una bolsa enorme. Es lo único que les importaba, el oro».
Tras sobrevivir al Holocausto de manera milagrosa, Peruyera comenzó un periplo por mar. Navegó por medio mundo como cocinero de barcos, donde pudo «ahorrar mucho dinero». En una de las numerosas paradas, pudo conocer Canarias, tierra de la que se enamoró. Desde 1960 vivió a caballo entre Costa Rica, tierra donde se casó, y Las Palmas de Gran Canaria. Recibe una pensión del Gobierno alemán, por ser víctima del Holocausto, del Gobierno de España, por ser huérfano de guerra, y de Francia. Desde que se instaló en Gran Canaria ha dado numerosas conferencias por numerosos países, Alemania entre ellos. «En Las Palmas de Gran Canaria estoy muy bien, tengo muchos amigos y una familia que me cuida».
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