Buenas noches, soy Max y soy adicto al sexo en recuperación, dice un hombre de más de sesenta años, que perdió a su familia por su afán de buscar prostitutas. Otras ocho personas, todos hombres excepto una mujer, reunidos alrededor de una mesa, le responden: ... Hola, Max. En el salón trasero de una iglesia católica cercana al Raval de Barcelona se reúne uno de los tres grupos presenciales de Adictos al Sexo Anónimos (ASA). Los otros tres están en Valencia y Madrid y está abierto a todo género y tendencia sexual. «Treinta años viví con mi mujer y mi hija, pero llevaba una doble vida. Mi patrón es sexo de pago, prostitución, y eso llena de mentiras tu vida, hasta que explota. Llevé mi vida al desastre», confiesa Max, que está jubilado. Es una noche de invierno, y permiten que este periódico les acompañe. Ya lo han discutido días anteriores y lo han aprobado. Hay una condición, el anonimato absoluto (todos los nombres son ficticios y fueron elegidos por un miembro del grupo). Uno de ellos se disculpa, no se siente cómodo y se marcha.
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«Te advierto una cosa», me dice otro, Borja, en la cincuentena. «La adicción al sexo no es espectacular. No es como las películas. No tiene que ver con las fiestas, las juergas. Es algo sórdido. Un adicto a la pornografía, por ejemplo, no sale en todo el fin de semana, y se masturba hasta la carne viva». Otras historias confirmarán que la sexoadicción carece de glamour. Ellos la llaman «enfermedad».
Los que allí asisten sólo quieren «vivir mejor», después de haber tocado fondo. «Yo tengo clarísimo ahora que estaría todavía con alguna de las dos mujeres que amé en mi vida. Pero sentía que no era suficiente, había un vacío. Éso es la adicción», mantiene Andreu, algo más de cuarenta años. «Las quise, me enamoré, eran espléndidas, valían la pena. Podía aprender de ellas. Y había algo que no funcionaba». Si alguien le llamaba, ponía excusas para no salir, dice. Si estaba en un bar con amigos, se iba a casa a ver porno. «Engañaba», dice Andreu.
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A estas reuniones gratuitas no vienen a conocer personas ni pasar el rato. «El hecho de compartir es una liberación». Buscan apoyo, comprensión para superar los «comportamientos sexuales compulsivos», una enfermedad reconocida por la Organización Mundial de la Salud. «Requiere sacrificios y cambiar de vida totalmente», afirma Paola, que ronda los treinta y tiene más de cinco asistiendo a las reuniones por una tendencia a la promiscuidad. «Cambié de trabajo, me he mudado varias veces, cerré las redes sociales, cambié el teléfono y amistades. Estuve un mes entero sin salir de casa, para evitar una euforia que te lleva a actuar». «Actuar» es la palabra que emplean para referirse a sus patrones obsesivos.
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«Es muy difícil reconocer la pérdida de control. A veces pasa desapercibida», explica Manu Machimbarrena, profesor de la Facultad de Psicología de Universidad del País Vasco (UPV/ EHU). «Pero hay señales de alerta, como pensar cada vez más en esa conducta o dedicarle más tiempo a la práctica. Cuando empieza a desplazar otras actividades, hay consecuencias negativas. Un estudiante en clases o un tío en el trabajo que están pensando en pornografía empiezan a tener problemas de rendimiento, y también con sus familias. El momento exacto no se detecta. Sigue el mismo patrón de las adicciones con sustancia y el juego».
Antes de empezar, los sexoadictos guardan un minuto de silencio. Uno de ellos me dice: «Para recordar qué nos ha traído aquí». La liturgia es similar a la de Alcohólicos Anónimos y también siguen el programa de los doce pasos. Hoy se hablará de los disparadores, «todo aquello que genera el impulso de actuar y no son tan obvios». Pueden activarse en la playa, el metro, el gimnasio. Gente con poca ropa, situaciones, actitudes. Por la soledad, el estrés por la salud o la desmotivación laboral.
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1 ¿Guarda secretos sobre su comportamiento sexual?
2 ¿Ha tenido sexo en lugares o con personas que no elegiría?
3 ¿Necesita actividades sexuales más frecuentes o extremas?
4 ¿Ver la pornografía le ocupa mucho tiempo?
5 ¿Sus relaciones se distorsionan con su búsqueda sexual?
6 ¿Siente remordimiento, vergüenza o culpa después de un encuentro sexual?
7 ¿Sus prácticas sexuales podrían causarle problemas legales?
8 ¿Podría contagiarse de enfermedades por sus actividades sexuales?
9 ¿Implica coerción o violencia?
10 ¿Evita el sexo por miedo a la intimidad?
Con una sola respuesta afirmativa, los sexoadictos le recomiendan buscar ayuda.
Es un camino empinado «hasta conocer todo lo que te lleva a caer», refiere Paola. Para frenarlas a tiempo. «Me disparaban los sitios donde había consumido prostitución, que es casi toda la ciudad, también la noche», declara Max, que entró en el grupo después de su separación. «Tuve que aprender una nueva manera de relacionarme con las mujeres. Hace unos días en la estación de autobuses tuve una tentación, y me retiré por la sobriedad. Pero me puse en recuperación».
La adicción al sexo puede destruir una vida como lo hace el alcohol o las drogas, si no se previene a tiempo. «La adicción al sexo tiene un potencial muy lesivo y dañino para la persona», argumenta Machimbarrena. «Se habla de la adicción al sexo como la adicción a las compras o al trabajo, pero es distinto, porque hay practicas sexuales de alto riesgo, y sin preservativo hay una exposición a enfermedades, como sucede con la heroína».
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Los turnos de palabras avanzan cada cinco minutos cronometrados. Un voluntario se ofrece a moderar la mesa. Exigen escuchar con empatía. No hay lugar para las discusiones. «Lo que me gustaría es estar enamorado y tener pareja», admite Borja. «Pero me masturbo y es una salida. A lo largo de estos años, siempre he recaído».
La pornografía es el patrón más repetido del grupo esta noche. Un problema que se macera poco a poco. «Hay más casos de gente más joven, de 18 años por ejemplo que ve porno desde los doce y ha interiorizado valores y estereotipos que le dificulta adaptarse a una vida sexual real», analiza Machimbarrena, que recomienda una terapia cognitivo conductual combinada con la asistencia a grupos de apoyo como los de los «sexoadictos anónimos», como también se les conoce. «El consumo problemático de pornografía, que comienza en secundaria, no les permite cumplir las expectativas sexuales con sus parejas». A estos grupos a veces llega un joven. Según un asistente, carecen de constancia.
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Tímido, con bolsas de compra de las rebajas y retraso al llegar, el más joven de los asistentes toma la palabra. «Tenía dos meses y pico sin venir. Estoy bien, como un milagro la adicción me deja vivir tranquilo», comienza. «Pensaba eso. Pero ese mensaje es mentira. Tengo mes y medio de abstinencia y he venido porque sí que lo necesito, aunque quede muy lejos de casa».
Ha transcurrido algo más de una hora. Con algunos del grupo me voy a comer a una pizzería cercana. Hablamos de documentales, trabajo, fútbol y algún tema que me comprometo no publicar. Ninguno bebe alcohol. La noche termina. Cada quien para su casa, con sus fantasmas.
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