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Lunes, 4 de noviembre 2019, 07:26
O.R. /lAs palmas de gran canaria
Detrás de cada persona alcohólica hay toda una familia sufriendo los efectos de su adicción. Los familiares son los grandes olvidados. Son invisibles para el sistema sanitario y la sociedad. Son testigos en primera línea de la «devastación» que el alcohol provoca en sus cónyuges, padres, hijos y hermanos y por ende en el entorno familiar no solo de manera física sino también emocional. Sienten miedo, inseguridad, odio, tristeza e incluso, culpabilidad, sentimientos que no suelen compartir por vergüenza y temor a la estigmatización. «No se nos ve, pero estamos ahí afrontando una convivencia con una persona enferma que nos echa la culpa de su situación, que nos manipula, al que intentamos ayudar pero que no se deja», relata María (nombre anónimo), quien hasta hace seis meses no reconocía que llevaba 24 años compartiendo su vida con una persona que bebía mucho.
Cuando no supo que más hacer, las peleas en casa eran constantes e insoportable y el «ambiente comenzaba a afectar a sus dos hijos, de 12 y 3 años, decidió buscar ayuda. Llamó a Alcohólicos Anónimos (AA) que la remitió a Al-Anon, un recurso comunitario nacido bajo el auspicio de esta organización que da soporte emocional y ayuda a las familiares y amigos de personas alcohólicas donde se comparten experiencias y tratan de afrontar las situaciones que viven en casa. «Unos las quieren compartir y otros sólo escuchan. Lo importante es que busquen ayuda», comenta Loly, responsable del grupo Serenidad y Amor de Gran Canaria, el primero que se creó en España y que la pasada semana celebró su 56 aniversario con una reunión de puertas abiertas en la parroquia de Santa María del Pino aunque «no somos un grupo religioso», remarca.
María es uno de otros muchos nombres de familiares que semanalmente se reúnen en Al-Anon donde no importan los nombres, ni la profesión ni el estatus. «Lo importante es que se abran para compartir lo que sienten; No juzgamos, no damos soluciones, no ofrecemos asistencia médica... únicamente, escuchamos y compartimos experiencias, porque nos entendemos», explica Loly.
La convivencia con un alcohólico «nunca es fácil», apunta Marta, cuyo hijo de 28 años empezó a beber y consumir otras drogas a los 13 años. «He pasado por momentos de histeria, de culpabilidad, de estar destrozada porque tenía mucho dolor y sufría por mi hijo y como le quería ayudar le daba dinero y luego me sentía fatal», recuerda. Pero descubrió Al-Anon y el resultado fue «milagroso. Me enseñaron a cuidarme porque estaba enferma y aprendí que no podemos controlar o cambiar a los demás, que la sobreprotección no es buena y que intentarlo solo nos llena de frustración», dice Marta.
Eduardo es actualmente el único hombre que acude al citado grupo. En su caso, era su padre el que tenía el problema con el alcohol. Llegó a la organización gracias a su médico de familia. «El alcohol lo destroza todo. Heredé los patrones de un padre alcohólico y fui el hijo conciliador, rebelde, adaptador, el que copia el ejemplo del padre y bebió mucho cuando lo pasó mal», reconoce. «En casa siempre se negó el problema y asumí que esa conducta era normal pero me hizo ser un adulto incapaz de expresar sentimientos, de relacionarme, de levantarme contento. Además, te vuelves controlador porque te has acostumbrado a controlar al familiar alcohólico...¡ tienes muchas limitaciones», apunta.
El caso de Esperanza es ejemplar porque aunque su padre murió en 2007, no buscó ayuda hasta años después cuando observó que «vivía en un círculo disfuncional que me recordaba a los días de alcohol de mi padre». El grupo Serenidad y Amor me ha dado calidad de vida y me ha ayudado a tratarme mejor a mí y a los demás», cuenta.
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