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A. Rallo
Valencia
Martes, 5 de noviembre 2024
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La súplica de Ricardo Salvador resulta desgarradora: «Necesito encontrar a mi mujer». No hay consuelo para semejante incertidumbre, antesala habitual de la tragedia. A María Luz Ayala, de 61 años, se le pierde la pista de manera definitiva en la pista de Silla, al lado de Flexicar, un establecimiento de venta de coches de segunda mano, justo en la entrada del polígono, colonizado por el sector del automóvil.
Eran las 21:00 horas del martes, una franja temporal marcada ya para la historia por el desastre. «En ese punto se cortó la llamada. Me dijo que los coches pasaban flotando». Esa fue su última información a través del teléfono. Y desde entonces ni una noticia -favorable o desfavorable- de su esposa. Seis días de angustia se cumplen en el momento de elaborar estas líneas.
«Estoy desesperado», admite, como no puede ser de otra forma. «Nadie nos llama. No sé si está viva, si está muerta... No sé a quién acudir». Contactaron, tras muchos esfuerzos, con el teléfono de desaparecidos de la Generalitat. «Finalmente se lo cogieron a mi hijo».
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El descendiente se desplazó en su momento a los centros de la Petxina y de la Fuente San Luis. Pero nada. Sin noticias. «Le cogieron muestras de ADN», recuerda. María Luz figura ya como una de las decenas de desaparecidos. «Tenía que haber salido a las 18:00 horas del trabajo, pero lo hizo a las 20:00. Pero no es culpa de la empresa. Se quedó porque es muy responsable y quiso hacerlo».
Ricardo se ve obligado a interrumpir su relato, desde una calle de Alfafar, por el llanto. «Mira, por cinco minutos...Estoy pensando eso, poner cinco minutos en su epitafio». Fue ese tiempo al que achaca la posibilidad de su muerte. Se retrasó al pasarse la entrada de Sedaví por la que debía regresar a casa. Luego ya se vio atrapada en ese río, imprevisto y violento. «Ni siquiera sé si salió del coche o no. Le dije que si podía se subiera a un camión cercano».
Ricardo acudió al lugar horas más tarde, pero el vehículo, un Ford Fiesta plata, había desaparecido. Sí estaba el vehículo pesado. Pero se ignora por completo qué sucedió más allá de las 21:00 horas del martes.
Ricardo critica la «falta de información» de las autoridades. No obstante, no pierde la esperanza o no, al menos, de manera definitiva. «A veces pienso que puede haber tenido un golpe en la cabeza, que no recuerda su nombre, que esté en coma en algún hospital...».
El hombre se concentra estos días en limpiar su municipio natal, Alfafar, y en buscar el coche de su esposa -«anoche se enteró su madre con 94 años»- por si encuentra algún indicio que le haga pensar en un desenlace optimista. «Es que no quiero estar en casa. No puedo porque empiezo a darle vueltas a todo».
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Ricardo sigue con su hija en la localidad, mientras su hijo reside en Valencia. «Le he pedido que todo por WhatsApp, que no quiero que me llame. Porque temo que si lo hace sea para decirme que la han encontrado». La sensación debe ser incontenible. La necesidad y el miedo, todo al mismo tiempo, de conocer qué ha ocurrido.
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