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La hípica en Canarias está de luto por la pérdida de Enrique Ferrer, fallecido en Las Palmas de Gran Canaria este jueves a los 91 años y que fue figura pionera en el establecimiento de una escuela y metodología propia en el Archipiélago. Ferrer, nacido en El Puerto de Santa María (Cádiz), fue dos veces campeón de España como primer jinete de la Yeguada del Hierro del Bocado, propiedad de Fernando Terry, y, en tiempos, ayudó en el aprendizaje de celebridades como Jacqueline Kennedy o la Duquesa de Alba.
La primera edición de la Feria del Atlántico celebrada en Gran Canaria, a mediados de los años sesenta, le trajo por primera vez a las islas con el fin de exhibir tres caballos cartujanos, uno de los cuales fue vendido a Alejandro del Castillo, el Conde de la Vega Grande, quien quiso que Enrique se quedara aquí a trabajar con él. Aunque en un principio la propuesta no le convenció, la insistencia de un comerciante llamado Juan Manuel Ramos, que fue a verle a Andalucía, le terminó seduciendo y, en 1967, tomó posesión en Bandama como primer profesor de unas instalaciones que heredó con 12 caballos y que, cuando dejó, cuatro años después, poseía ya 45 ejemplares. Su labor docente y conocimientos propulsaron la modalidad, en esa época testimonial por estos pagos.
«Por entonces, los pocos caballos que había en Gran Canaria se dedicaban mayoritariamente a la labranza y no había una cultura de la hípica como tal entendida como deporte y arte. Mi padre contribuyó a sembrar esa semilla con todos los conocimientos y experiencias que había adquirido en su tierra», recuerda su hijo del mismo nombre.
A comienzos de la década de los setenta se estableció por su cuenta en Tafira Baja abriendo su propia escuela hípica y permaneciendo en la misma hasta que los terrenos le fueron expropiados para edificar las actuales dependencias de la Universidad.
Continuó su actividad en la Escuela Hípica El Sabinal, que fundó y en la que ejerció durante las últimas cuatro décadas, ganándose el respeto, reconocimiento y afecto de alumnos y gentes que trataron con él y disfrutaron de su magisterio y amor por el hipódromo y los equinos. En vida recibió varios homenajes como muestra de agradecimiento a su contribución sin igual a una disciplina que marcó su vida y que le hizo sentirse un grancanario más. Descanse en paz.
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