La camarera más anciana del mundo
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La italiana Anna Possi, que ha cumplido 100 años, ha sido reconocida por el jefe de Estado con el título de Comendadora de la RepúblicaDarío Menor
Sábado, 8 de febrero 2025, 17:18
La jubilación se presenta como un sueño para muchos trabajadores, pero no es el caso de Anna Possi, la centenaria dueña de un bar en Nebbiuno, una localidad junto al lago Maggiore, en la región italiana del Piamonte, al norte del país. Nacida el 16 ... de noviembre de 1924, lleva desde 1958 al frente del 'Centrale', un local donde pone cafés, prepara copas y sirve una deliciosa tarta de manzana que ella misma prepara. Cada día se levanta a las seis de la mañana, corta la leña para la estufa con la que calienta el bar y, puntual, abre a las siete. No cierra hasta las siete de la tarde, doce horas después. Esa es su rutina diaria, pues trabaja todos los días del año; incluso en Navidad, Año Nuevo y el Primero de Mayo. «Si es la fiesta de los trabajadores,podré festejarla como yo quiera, ¿no?», se justifica. «Yo estoy bien porque trabajo y estoy en medio de la gente. Si no, qué aburrimiento», cuenta en una de las entrevistas que ha concedido en las últimas semanas a los medios locales.
El interés por esta mujer llena de energía y ganas de vivir se ha disparado desde que el jefe de Estado italiano, Sergio Mattarella, le concedió el título de Comendadora de la República, una de las más importantes distinciones que conceden las instituciones italianas. Desde que le llegó la notificación oficial, que guarda en una carpeta de plástico transparente, la enseña con orgullo a los clientes que visitan cada día el bar. «El presidente me ha hecho un enorme regalo. Y le doy las gracias por ello. Yo soy buena preparando el café, como dicen todos mis clientes. Estoy abierta 365 días al año y querría invitar al presidente a que venga a tomar un café conmigo», afirma. A buen seguro que la conversación entre ambos valdría la pena. Mattarella, de 83 años, es la gran figura de referencia institucional para los italianos por su habilidad para sortear las habituales crisis gubernamentales que sacuden el país. Su «sabiduría, sentido común y consejos» fue aplaudida incluso por Felipe VI durante su última visita a Italia. Anna Possi, en su ambiente, no le va a la zaga.
Cuenta que el secreto de su longevidad y energía está en estar siempre «rodeada de gente» y en comer «lo justo». «Los clientes me traen verduras de su huerto, unos huevos y yo aguanto con eso una semana. Una noche me hago una yema con dos calabacines y al otro día, unas claras con espinacas», explica en el semanario 'Oggi'. A la señora Anna no le van los excesos ni siquiera para festejar su cumpleaños número cien, en el que apenas tocó la tarta que le habían preparado. Y tampoco le hace demasiado caso al médico: lleva tres años sin ir a su consulta y sólo toma media pastilla diaria para la presión sanguínea. «Me había prescrito una, pero yo tomo la mitad y todo funciona». Otro de sus trucos es no encender nunca la calefacción en su casa. «Así me conservo bien», bromea. La vivienda está en el piso de encima del bar, en cuya fachada hay un cartel con su fotografía en el que se informa que ahí trabaja la camarera más veterana de Italia.
Possi abrió el local en 1958 junto a su marido, René, que era 18 años mayor que ella y falleció en 1974. Tuvieron tres hijos. Se casaron por lo civil en 1948, siendo la primera pareja en hacerlo de su localidad, porque tras haber estado interna de niña en un colegio de monjas, «ya había tenido suficiente Iglesia» para el resto de sus días. Nacida en una familia de hosteleros, se ha pasado la vida detrás de una barra: primero con sus padres, luego con su marido y, tras quedarse viuda, sola. «Antes la gente venía al bar a jugar a las cartas mientras se tomaba un vaso de vino. No como ahora, que están todo el rato mirando el móvil. Y yo digo una cosa: '¿pero qué estás mirando? ¡Charla un poco, no! ¡Qué la vida es sólo una!'».
Con el siglo que lleva a las espaldas, no es de extrañar que entre sus memorias haya espacio para los malos recuerdos, entre los que destacan los de la Segunda Guerra Mundial. En aquellos años Nebbiuno, su pueblo, que está a pocos kilómetros de la frontera con Suiza, era un lugar de paso para judíos y otras personas perseguidas. «Un día vi cómo los nazis masacraban a un partisano. Tendría unos 20 años, le caía la sangre sobre la camiseta blanca. Sigo soñando con él», asegura. En aquellos años de juventud le hubiera gustado ser guía turística, pero al final se dejó atrapar por la pasión por la hostelería.
«Me gusta este mundo porque tengo contacto con la gente. Siempre me ha gustado charlar y pasar el tiempo con las personas. Así el día vuela. Llega la noche y no estoy ni siquiera cansada», asegura. Entre los clientes, tanto los habituales como los que se dejan caer sólo una vez por su bar, sus favoritos son la gente «sencilla, genuina y poco sofisticada», a los que la señora Anna ha aprendido a reconocer en cuanto aparecen por la puerta. Experiencia no le falta a la hora de echarle el ojo a las personas con las que vale la pena conversar.
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