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juan ferrer
Las Palmas de Gran Canaria
Sábado, 18 de marzo 2023
¿Qué diferencia hay entre ser frágil, duro, resiliente y antifrágil? Pertenecer a una de estas categorías supone determinar nuestro futuro como persona, colectivo, organización o sociedad. Cuando un ser vivo se enfrenta a situaciones estresantes o peligrosas, se pone a prueba su naturaleza y capacidad para sobrevivir. Puede ser una catástrofe natural, una crisis económica o un problema emocional. Hay especies que desaparecieron, mientras que otras no sólo sobrevivieron, sino que mejoraron, creando nuevos sistemas para sobrevivir en un contexto diferente.
Cuando surgen estas situaciones, ponemos el foco y la culpa en la causa que lo generó, olvidándonos nuestra parte de responsabilidad, consistente básicamente en tener las habilidades o el entrenamiento para superarlas. La vida, y más en estos tiempos, es un continuo cambio, una incertidumbre que no se puede controlar y menos prever. Lo único que podemos hacer es estar preparados para reaccionar debidamente. Y ello dependerá de la naturaleza que poseamos, ya sea frágil, dura, resiliente o antifrágil. Veamos en qué consiste cada una, porque es bien cierto que pueden formar parte de nuestro ser, pero en dimensiones diferentes de nuestra vida.
La fragilidad implica quiebre, rotura, debilidad. Un objeto o persona frágil requiere de un entorno estable, seguro y previsible. Nada más lejos de nuestra realidad actual. Ante la aparición de un elemento distorsionante o estresante, ya sea incertidumbre, pérdida de control o catástrofe, la reacción será de rotura, abandono o crisis profunda.
En un ser vivo (animal, ser humano, equipo, organización, sociedad, etc.), ¿cómo se produce la fragilidad? Sencillamente generando comodidad y protegiendo o evitando situaciones estresantes. Lo podemos ver en gran medida en la educación actual de los hijos. La sobreprotección y la comodidad generan fragilidad. Ello conlleva a una ausencia de aprendizaje, de entrenamiento, de superación, y de mejora. Esa estabilidad será la causa de no saber reaccionar cuando sea necesario. No estamos entrenados. Incluso puede ser que tuviéramos esas habilidades, pero el acomodamiento durmió los sentidos, añadiendo grasa actitudinal y atrofiando la capacidad para evolucionar.
Y lo mismo puede aplicarse a las organizaciones. Aquellas que por su posición privilegiada, ya sea por monopolio, nicho legal/económico o líder del mercado durante largo tiempo, puede que sufran el acomodamiento a consecuencia de la falta de retos o competidores. Lo más triste es que el esfuerzo no será por evolucionar, sino por hacer que nada cambie, creando un marco legal o político que ponga muros a la competencia. El papel de un líder, será mantener esa tensión que evita el estancamiento, y alimentar ese hambre y esa pasión que puede hacer que siga evolucionando. Porque la consecuencia será ir atrofiando al talento, acomodando la ambición e inflando los egos bajo una aparente seguridad. El resultado puede ser catastrófico, como hemos visto en las recientes crisis (y en las que vendrán). No han generado mecanismos de reacción ante el cambio, y el acomodamiento fue el generador de una crónica de muerte anunciada.
Seguramente pensemos como opuesto a la fragilidad, la dureza. La robustez indica inmutabilidad. El diamante puede ser un buen ejemplo. En el ámbito humano, una persona dura es aquella que aguanta un golpe, ya sea físico, moral o psicológico. Sencillamente no le afecta. Tampoco hay aprendizaje, ni flexibilidad. Hay personas con falta de sensibilidad a las cuales muchos elementos no les afecta. Puede ser natural (analfabeto emocional) o fruto de haber construido una muralla emocional para que nada les afecte. Igualmente existen organizaciones que debido a su tamaño, marca o cualquier otra características, apenas les afectan determinados acontecimientos políticos, económicos o sociales.
En cuanto a las personas, puede suceder que sean duras en unos aspectos, pero frágiles en otros. Un boxeador es físicamente duro, pero puede ser frágil emocionalmente. Por el contrario, una anciana es frágil físicamente, pero puede tener una enorme resistencia emocional a los embates de la vida.
Otra cualidad diferente sería la resiliencia. Según la Real Academia de la Lengua es la «capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación» y desde el punto de vista psicológico, «la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas». O sea, se ven afectadas pero vuelven a recuperar su forma original.
Se habla mucho de la resiliencia como cualidad humana y hasta organizacional. Sin duda es de enorme valor, pues supone volver al origen, a recuperarse. Pero me pregunto si ello supone mejorar o más bien volver a como estábamos antes. He visto personas que tras una ruptura de pareja han estado años con una crisis personal, recuperándose finalmente de ello. Sin embargo, afrontaban futuras relaciones con los fantasmas de la primera. Igualmente he comprobado organizaciones que tras la ausencia de clientes por el cierre generado por el Covid, su política fue esperar a que abrieran los mercados. No aprendieron nada. No cambiaron nada. Se recuperaron pero no evolucionaron.
¿Qué aporta el concepto antifrágil a nuestra reflexión? Nassim Taleb, autor de otro interesante concepto, los «cisnes negros» (eventos imprevisibles, de enorme escala y cuya lógica se explica a posteriori – recordemos el Brexit o la presidencia de Donald Trump) consideró la antifragilidad como lo opuesto a la fragilidad.
Ello supone que ante elementos externos, estresantes y que generan desorden (incertidumbre, caos, crisis, errores, imprevistos, etc.) la persona, ente o sistema, sencillamente se hace mejor y más competitivo ante el cambio sobrevenido. En resumen, no sólo sobrevive al cambio, sino que se benefician de la crisis, mejorando tras ello. Ni lo robusto, ni lo resiliente se ven ni perjudicado, ni beneficiado por la volatilidad y el desorden, mientras que lo antifrágil se beneficia de ambos.
Esta es la cualidad que se va a demandar para la supervivencia, pues a menos que aprendamos alguna lección de cada crisis, de cada error, seremos víctimas de repetir nuestro pasado. Igualmente supone un ungüento para aquellas personas que en etapas tempranas de su vida, sufrieron carencias, ya fuera económicas o afectivas, al entender que era un «entrenamiento» donde dependía de ellos forjar las futuras capacidades. Solemos ver las dificultades como un problema a evitar, creando seres blandos, frágiles y castrados para la superación de obstáculos.
Permítanme compartir el conocido cuento donde ante una crisis emocional de una joven, su abuela coció una zanahoria, un huevo y unos granos de café. Tras el tiempo pertinente de cocción, mostró los tres elementos ante el desconcierto de la joven. Y aquí llegó la lección. Hay personas que son como la zanahoria. Son fuertes pero ante la adversidad (el agua hirviendo), se debilitan. En cambio hay otras, como el huevo, frágiles en su esencia, pero que tras la misma adversidad, acaban siendo duras. Sin embargo, unas pocas personas son como los granos de café. Liberan su fragancia y sabor ante la adversidad. Esto es antifragilidad, la cualidad de ser mejor en la adversidad.
Necesitamos los pequeños golpes, las pequeñas crisis. Nos mantienen despiertos, hábiles, listos para evolucionar. Son el entrenamiento que mantiene en forma nuestra capacidad de reaccionar. Si creamos ecosistemas protegidos, acomodados, ausentes de elementos estresantes, se generará una castración de talento y de actitud para afrontar desafíos futuros. Ya no vale con recuperarse de un golpe. La oportunidad está en aprender, en mejorar, en evolucionar extrayendo el aprendizaje que dicho golpe nos regaló. ¿Tenemos esta actitud en nuestra vida o seguimos considerándonos víctimas de un entorno impredecible y cambiante? ¿Tenemos organizaciones ávidas de aprender y mejorar constantemente o por el contrario estamos en modo rutina o con la arrogancia generado por un monopolio temporal o por nuestra grandeza?
Los «cisnes negros» cada vez serán más habituales, impredecibles y a mayor escala. ¿A qué prestamos atención? ¿A los problemas (causas externas)? ¿O a las soluciones que dependen de nosotros? Ante una tormenta sobrevenida podremos angustiarnos o afrontarla con el adn de la antifragilidad, lo que nos permitirá gestionarla con todas las lecciones acumuladas en anteriores tsunamis.
Michael Hammel
Profesor del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusets)
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