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Airam tiene 14 años. Y Garoé, 15. Son apenas dos críos de La Gavia y en su currículum de aventuras infantiles la serpiente es ya un fijo. ¿Y no les da miedo? Un poco, contestan. «Las matamos con piedras», se explica Airam. «Lo que pasa es que ya están por defenderse, se te reviran». Tita Ramírez, que les escucha, cuenta que a uno de sus hijos le mordió una. «Yo me asusté, le salió sangre del dedo, pero gracias a Dios no pasó nada». Su marido, Antonio, se encontró con una, albina, justo frente a su casa, hace unos días. «Muchacho, a estas las vamos a tener ya para toda la vida, ¡si aquí hay tantas como lagartos!», suelta ella, bastante preocupada. El barrio ha dado la voz de alarma. En julio ha visto demasiadas.
Tita no lo ve así, pero Samuel Ramírez, el presidente de la asociación de vecinos María Auxiliadora, afirma incluso que ha notado que hay menos lagartos que antes. Sea o no así, lo cierto es que se ha probado que están en su dieta. «Y hay más serpientes que nunca», afirma rotundo. «El foco está cerca y deben haber subido barranco arriba», apunta Ramírez. El dirigente vecinal se refiere a los vecinos pagos de San Roque y La Solana, la zona de medianías de Telde donde apareció la primera población estable en Gran Canaria de esa especie animal invasora, la culebra real de California. Fue en 2004 y hoy ya son casi una plaga.
La alarma ha cundido en el barrio porque de un tiempo a esta parte no hay día en que no se tenga noticia de una. «El día de la procesión de María Auxiliadora los chiquillos cogieron una, en la misma carretera, y la semana pasada grabamos a dos que aparecieron juntas, como retorciéndose». Lo cuenta Samuel, pero Tita le da incluso una explicación. «Para mí que estaban copulando».
Sergio Hernández, expresidente del colectivo, está convencido de que será difícil acabar con ellas. «Lo tienen todo, agua, sitios dónde esconderse y comida, están mejor que en su hábitat». A su juicio, y como primera medida, cree que deberían limpiarse de maleza los barranquillos junto al barrio. «Ahí están como quieren, sin que nadie las moleste», se lamenta. Para colmo, no tienen depredadores.
Hasta tanto no se halle un método, los vecinos tratan de seguir las instrucciones de los técnicos del Gobierno canario, que llevan años articulando medidas para la erradicación de la Lampropeltis getula californiae. Llegaron a recibir fondos europeos para un programa Life, pero esos recursos se acabaron y ahora la financiación viene de la mano de Gobierno canario y Cabildo, que cooperan en un proyecto.
Saben los vecinos que en cuanto den con una, han de guardarla en una garrafa y llamar para que vengan a llevársela, o en su defecto, actuar por su cuenta y eliminarla. La experiencia es un grado y en La Gavia ya los hay incluso con fama de buenos cazadores. Es el caso, por ejemplo, de Agustín Reina, que no pierde oportunidad para dar algunas lecciones. «Te muerden si las agarras por la cabeza, hay que cogerlas por el rabo y levantarlas para el aire, aunque te caguen las manos... la peste da hasta miedo», se explica.
Este lunes, día del reportaje, quedaban restos de unos de esos ofidios, resecos, junto a la vía. Y poco más adelante yacía otro ejemplar, esta vez albino, agonizando en la carretera justo después de que lo atropellaran. Tenía huevos fuera. «Hay que aplastarlos», advierte Airam. Nunca se sabe. Se reproducen con facilidad. Cuenta Tita que en la arena para una obra en su vivienda, un vecino halló varias puestas. Están como en casa.
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