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EFE / Madrid
Viernes, 8 de marzo 2019, 10:24
EFEsalud ha entrevistado a los expertos David Pulido, psicólogo clínico experto en terapia de conducta, y a Héctor Galván Flores, psicólogo clínico y sexólogo, para explorar los senderos de la identidad, la liberación de conductas reprimidas y la sexualidad con el propósito de entender la psicología que hay detrás del disfraz.
En Halloween de 2018, los disfraces de Donald Trump, Kim Jong-un, Juego de Tronos y Wonder Woman, hicieron sombra a otros, mientras que este año, según Google Trends, los disfraces que encabezan la lista son: ‘La Purga’, ‘Vis a Vis’ y ‘Mary Poppins’.
La elección de los disfraces suele estar muy influida por la cultura popular y las modas de cada momento. Los estrenos de cine, las nuevas temporadas de las series más populares, los políticos polémicos o nuevas celebridades lanzadas al estrellato, suelen convertirse en la inspiración para los disfraces de las fiestas de cada año.
De vez en cuando, los días festivos interrumpen el flujo establecido de la vida cotidiana y se convierten en la ocasión perfecta para ser espontáneo y pasarlo bien.
“Disfrazarse es una forma de desinhibirse de la rutina y liberar tensiones”, explica Héctor Galván. Por eso, para la mayoría de las personas, resulta una experiencia placentera.
El que nos guste disfrazarnos, o no, depende de la simbiosis de dos factores: los valores culturales y los comportamientos aprendidos.
Cuando nos disfrazamos “establecemos un marco de juego de irrealidad que está permitido y en donde, además, podemos llevar a cabo una serie de comportamientos sin ningún tipo de límite ni penalización”, explica David Pulido, psicólogo que trabaja en el Centro de Psicología Álava Reyes y en el Instituto Terapéutico de Madrid.
Normalmente, cuando nos disfrazamos lo hacemos dentro de un contexto (una fiesta de disfraces, un cumpleaños, etc.) por lo que nuestro atuendo y nuestro comportamiento desinhibido logran escapar de la tiranía del dedo juzgante. Estamos jugando y el resto nos sigue el juego.
Pero no a todo el mundo le gusta jugar. “El rechazo hacia los disfraces es un comportamiento aprendido. Tiene que ver con nuestras experiencias previas y con la época del entorno”, señala este experto.
“Disfrazarse, desinhibirse y desconectar de la realidad siempre es bueno”, afirma Pulido.
Sin embargo, cuando alguien que no forma parte de un grupo ni de un contexto cultural siente la necesidad de disfrazarse con mucha frecuencia y de manera compulsiva, es señal de alerta. “Disfrazarse es muy saludable, pero depender de algo externo como un disfraz para poder comportarnos de forma natural, no lo es”, advierte Pulido.
En la misma línea, Héctor Galván reafirma los beneficios de disfrazarse, pero también reconoce que si traspasamos cierto límite se podría convertir en algo perjudicial para nuestra salud.
“El problema surge cuando se traslada el personaje o la fantasía al día a día, pretendiendo fingir ser alguien que no se es, poniendo en peligro la autenticidad y la esencia de la propia persona”, añade Galván.
No hace falta que sea Carnaval para que llevemos la máscara puesta, ya lo hacemos todos los días: en el trabajo, con nuestros amigos, con nuestra familia. Nuestra máscara cotidiana es un disfraz invisible que nos permite interpretar un rol para desenvolvernos en el mundo social.
“Cuando conseguimos deshacernos de esa máscara impuesta (o autoimpuesta) por mandatos sociales, nos liberamos de la autocensura”, expone Héctor Galván, también director clínico del Instituto Madrid de Psicología.
De hecho, las palabras ‘persona’ y ‘personalidad’ provienen del término griego ‘prósopon’ que significa ´máscara teatral’.
“La idea de percibir la personalidad como máscaras que uno se pone es profundamente interesante”, opina David Pulido: “Creo que la psicología actual tiene que ir más allá de eso que llaman ‘psicología de la personalidad’... el ser humano es mucho más complejo y menos clasificable de lo que creemos.”
Los disfraces son, en su mayoría, réplicas de los estereotipos y los roles de género establecidos: disfraces hipersexualizados para las mujeres y una segmentación en las profesiones, siendo difícil encontrar el disfraz del niño enfermero o la niña piloto, por ejemplo.
Sin embargo, en Carnavales, es muy común presenciar la rotura de dichos estereotipos y ver a gente disfrazada del sexo opuesto, generalmente a hombres disfrazados de mujeres. ¿Por qué ocurre esto?
“Los disfraces nos ayudan a poder reproducir aquellas conductas que nos apetecen y que normalmente están castigadas”, explica Pulido, “socialmente, se castiga que una mujer tenga una actitud fuerte y que un hombre tenga un comportamiento más suave.’
Sin embargo, la respuesta podría ser mucho más simple. “Disfrazarse de mujer es una opción divertida. Se trata de un disfraz sencillo de hacer que permite vacilar, seducir, poner humor y hacer expresiones corporales que de otra forma no haríamos”, señala Galván.
Disfraces, sexualidad e introspección
Entendiendo el disfraz como forma de expresión y liberación de conductas reprimidas, ¿podrían los disfraces servir para explorar nuestra propia sexualidad?
Desde su postura como sexólogo, la respuesta de Héctor Galván es afirmativa. De hecho, explica que usar los disfraces en la vida sexual puede ser una herramienta muy útil para:
- Romper con la monotonía
- Dar rienda suelta a nuestras fantasías sexuales
- Generar más confianza, complicidad e intimidad en la pareja
- Dejar a un lado la vergüenza, el pudor y el miedo
“Disfrazarse tiene grandes beneficios, no sólo para nuestro bienestar emocional, porque liberamos aristas de nuestra personalidad que de otra forma permanecen reprimidas, sino también en el campo de la sexualidad, porque nos ayuda a conocernos más a nosotros mismos durante el proceso,” concluye el experto.
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