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El ministro Ángel Víctor Torres ha dedicado estas últimas semanas, entre la revisión de borradores del decreto ley sobre los menores migrantes, a contarle a algunas personas lo que ya es público: hace un alto en su actividad para combatir un cáncer, una enfermedad que, como otras muchas, tiene cura de la mano de la ciencia pero sobre la que pesan todavía miedos casi atávicos.
Menos de un año después del fallecimiento de su padre, Torres ha encarado el ejercicio de relatar lo que le anunciaron los médicos y detallar su decisión de mantenerse en el cargo con más entereza que muchos de los que le escuchaban dar la noticia. Seguramente, porque a base de experiencias -no tanto de años, pues está a punto de cumplir 59-, ya se ha curtido en el ejercicio de afrontar la adversidad con cierto estoicismo. 'Esto es lo que hay y vamos con ello', parece que es su lema vital y también en la gestión pública. Sin espacio para el desaliento, o sí, pero en todo caso guardándolo para él y los suyos.
Su afición por las carreras de medio fondo puede haberle ayudado a consolidar esa resiliencia. El corredor sabe, sin necesidad de ser un maratoniano, que llega un momento en que aparece ese muro que parece bloquear las piernas, pero es precisamente entonces cuando la mente hace el sobreesfuerzo de tirar de todo el cuerpo para superar el bache. Ahí seguramente se encontrará ahora Torres.
Alcalde de su Arucas natal, parlamentario nacional, vicepresidente y consejero de Obras Públicas y Deportes del Cabildo grancanario, presidente de Canarias y ahora ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Torres hizo historia en 2020 cuando no solo llevó al PSOE a ganar las elecciones en Canarias, sino que además logró conformar un pacto para poner fin a un cuarto de siglo de gobiernos en torno a Coalición Canaria. Otros lo habían intentado antes -véase Juan Fernando López Aguilar- y parecía imposible. En aquel 2020 tuvo incluso que frenar a unos cuantos de los suyos que habían trenzado una alianza de gobierno regional con Coalición Canaria, pero Torres antepuso lo que entendió que era mejor para el archipiélago y para su partido.
Aquel Pacto de las Flores lo colocó en primera línea de muchas batallas. Fue el Quijote que se vio apagando un gran incendio que casi se lleva por delante su casa en Gran Canaria, que de un día para otro articuló un gabinete de crisis por la suspensión de los vuelos de Thomas Cook, con una operación de repatriación de turistas británicos que precisó de contar con la colaboración del sector alojativo, que también vio llegar la mayor calima que se recuerda en la historia reciente, que para más inri presidió la autonomía con el primer contagio de covid-19 en España y también el primer confinamiento... y cuando parecía que ya no había sitio para más, la tierra se abrió en La Palma con un volcán devastador.
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En todos aquellos frentes, Torres estuvo en primera línea y ahí se granjeó probablemente el aprecio de muchos canarios que apenas lo conocían pero que se encontraron a un presidente que parecía el alcalde de sus pueblos. Yes que así fue como respondió. En la intrahistoria, esa que debe quedar entre bambalinas, queda una comparación que le hicieron con un alcalde de Nueva York que apenas tomó posesión echó mano de la pala y se puso con los vecinos a quitar la nieve de las calles.
Tras unos resultados electorales en mayo de 2023 buenos para él, menos buenos para su partido y malos para los que habían sido sus aliados -excepto el gomero Casimiro Curbelo, que a las primeras de cambio reforzó la otra mayoría posible-, todo el mundo tenía claro que Torres acabaría con una cartera ministerial.
Y así fue. Pedro Sánchez le dio la de Política Territorial y Memoria Democrática, que recibió en Madrid en otra jornada con un toque de fatalidad: fue el día en que se conoció el fallecimiento de Jerónimo Saavedra.
En el escenario nacional llegó a un terreno minado. Por un lado, porque la política estatal es una guerra de trincheras con combatientes tan feroces como los de la Primera Guerra Mundial y, en segundo término, porque su buena relación de antaño con el entonces ministro José Luis Ábalos lo colocó en la diana de los casos en torno a aquel y su todopoderoso asesor Koldo García. Ahí se vio algo de Torres que aquí se sabía pero que en Madrid, en estos tiempos de tormenta, pasa factura aunque no se haya hecho nada malo: tener un teléfono que es casi de dominio público y contestar a los mensajes de todos.
Torres, en todo caso, no está investigado y sus últimas comparecencias y los certificados aportados dejan a Víctor de Aldama, que sigue empeñado en implicarlo, más como un fabulador que como un depositario de secretos inconfesables en lo que al ministro canario se refiere.
Recién salido de ese trance, con acusaciones graves y que, como ha reconocido Torres, buscan dañar en lo personal y en lo familiar, el ministro encara el desafío de la salud. Ya es mala suerte, pensarán muchos... pero es una página más.
El escritor portugués Fernando Pessoa, uno de los favoritos de ese licenciado en Filología que también es Torres, escribió una vez que «la vida es un mal digno de ser gozado». Viendo el caso del político grancanario, habrá que concluir que, en medio de la adversidad, él se queda con el goce. Pero es que Pessoa también dijo que «la vida es lo que hacemos de ella», de la misma forma que «los viajes son los viajeros» y «cuanto vemos no es lo que vemos, sino lo que somos». Pues eso: Torres es un hombre en un viaje que hace de su vida un ejercicio de mirar al frente y seguir.
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