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Andrea Morán | José Ángel Esteban
Sábado, 6 de agosto 2022, 13:29
Amiga: Se me complica esto de la cita al anochecer. Yo no soy de muchos posibles, ya lo sabes. Vivo en el centro, eso sí. Pero no tengo piscina, eso no. En el edificio de enfrente hay una azotea y en ella chapotean en un barreño algunos niños de los nuevos que han llegado al barrio y nos bajan unas décimas la media de edad. He estado tentado de cruzar la calle y pedir asilo.
Pero no, la cita de hoy, exige piscina comme il faut. Qué menos, lo que nos merecemos: algo entre la de Gillis muerto en Sunset Boulevard, el Benjamín de El Graduado o, fíjate, Di Caprio y Clair Danes, en Romeo y Julieta. Por cierto, las tres me las he tragado esta tarde mientras encontraba la charca adecuada -pública, por supuesto- que esté abierta hasta que caiga el sol. No había. En las concertadas, o sea las semipúblicas-semiprivadas, hace falta vigilancia acuática. Si los camareros son tan escasos como los violinistas, a los socorristas se les valora como a los ingenieros nucleares.
Al final, me he cogido el cercanías y me he contratado yo mismo como vigilante en una urbanización de medio pelo. En la silla plegable y junto al flotador me dispongo a beberme lo nuestro, que también me lo he traído de casa.
Estimado, es divertido este juego que nos obliga a superar una gymkana para cumplir con el brindis. Tú vas en busca de una piscina y yo salgo de otra. El olor a cloro sería el equivalente olfativo de la célebre magdalena porque ha sido pisar estos vestuarios y volver a los campamentos y a los cursillos de natación. Tenía 15 años cuando me apuntaron a Perfeccionamiento Grupo 3, ese era el cartel que señalaba nuestra calle en la piscina municipal. Después de 45 minutos, volvíamos junto a nuestras taquillas para cambiarnos con timidez, haciendo malabares para mostrar lo mínimo. Ahí me encontré con Charo, la que había sido mi profesora de infantil. No negaré que hubo un impacto inicial, pero pronto sentí curiosidad por ver un cuerpo que en el futuro también sería el mío: esos pechos caídos, los michelines o la piel doblemente arrugada (por el vapor y por los años).
Quizá el verdadero rito de paso a la edad adulta sea aprender a estar desnuda contigo misma y frente a otras mujeres. A mí la regla ya me había venido tres años antes, pero fue entonces, en el verano del Perfeccionamiento, cuando realmente me transformé. Celebremos con otra ronda que hoy el suelo estuviera lleno de toallas y bañadores.
En mililitros: 20 de vodka, 30 de ron blanco, 60 de zumo de piña (nuestro sabor clave), 20 de nata líquida y opcionalmente 20 de leche de coco. Batimos muy bien para airearlo en la coctelera y servimos en un vaso grande y alto con hielo picado. Para terminar, chorrito de curaçao (15ml) y se convierte en piscina. Por Carlos G. Fernández.
Disponible en:
Narración y textos José Ángel Esteban, Andrea Morán y Carlos G. Fernández
Producción técnica Íñigo Martín Ciordia
Edición y mezcla Carlos G. Fernández
Remezcla y postproducción Rodrigo Ortiz de Zárate
Ilustraciones Adrià Ramírez
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