He visto 'Cómo cazar un monstruo' del tirón, con la ansiedad del que necesita saber el final. Cuando terminé el primero de los tres capítulos ... tenía el estómago tan revuelto, tenía tanta angustia, que preferí seguir viendo para terminar cuanto antes. El final, sin embargo, no me tranquilizó. La miniserie de Prime Video es un 'true crime', ya saben, un documental contado de tal manera que parece que lo estamos resolviendo sobre la marcha. Un género muy adictivo que, si me permiten el comentario, está poniéndose pesado. En fin.
Carles Tamayo tiene un canal de YouTube en el que realiza reportajes de investigación –algunos son muy buenos–. De pequeño, solía ir al cine de su pueblo, que gestionaba un tal Lluís Gros. Resulta que Gros era un pederasta monstruoso y que tenía montado, en una sala escondida del propio cine, un infierno en la tierra para muchos chavales del barrio. Fue condenado pero, por razones que no contaré aquí, no iba a prisión. El propio Gros le propone a Tamayo grabar un documental sobre su vida, en teoría para lavar su imagen. Pero la historia, como imaginan, se dará completamente la vuelta.
El trabajo de Tamayo es notable, creativo y, sin duda, intrigante. Pero también deja un poso oscuro. Por un lado está la muestra patente de que vivimos rodeados del mal. Un mal sistémico que se camufla de vecino ejemplar. Y eso, a poco que lo medites unos segundos, resulta una idea angustiosa. Por otro lado, veo en la serie ciertos momentos de espectáculo forzado que, por mucho que entienda que se trata de una serie de televisión, me retuercen las entrañas. Sea como sea, hay que felicitar a Tamayo y su equipo porque, con pocos medios, han logrado contar cómo se caza a un monstruo; y no es tarea fácil.
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