Yo creí en el Pingüino

Todavía tengo las entrañas en un puño. El corazón apretado, las manos engarrotadas, el aire hinchando el pecho como una bombona de butano perdiendo gas ... al lado de una chimenea. ¡Bum! La sonrisa de Oswald es sincera. Sus ojos vidriosos miran más allá de lo que nadie pudo prever. Y nos mira a nosotros, a ti y a mí, a los espectadores. Porque todos somos Víctor Aguilar, ese jovenzuelo tartamudo abriéndose paso en la tragedia, ese pícaro involuntario con aires de Lazarillo de Tormes, esa mirada que llega a justificar una vida de delincuencia por la nobleza de cuidar a los tuyos. ¿Quién no robaría por su familia? Sí, somos Víctor. Lo fuimos desde el primer capítulo de 'El Pingüino', cuando iniciamos una travesía peligrosa, negra y oscura para encontrar un halo de luz al final del túnel. Maldita sea, cómo no creer en Oswald Cobblepot, Oz, el Pingüino, ese tipo feo, cojo y listo que siempre va un paso por delante. ¿Cómo no querer a Oz?