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Érase una vez una serie de seis capítulos, la cifra ideal para que la historia no se alargue demasiado. Érase 'Érase una vez el Oeste', una propuesta apadrinada por Netflix que se ve del tirón, siempre y cuando seamos capaces de aguantar su alto porcentaje ... de violencia explícita en pantalla. Resulta exagerado el número de muertos por minuto, por no decir segundo, que desfilan ante nuestros ojos. La sangre brota a borbotones, salpica el encuadre hasta el punto de generar cierto estrés en el espectador sensibilizado. Al parecer, en aquellos tiempos, algo romantizados por el propio arte cinematográfico, los ciudadanos de a pie vivían sumidos en una angustia perpetua. En cualquier momento, por cualquier nimiedad, te pegaban un tiro en el estómago. Te jugabas el pellejo solo por respirar. El ambiente ideal para formar una familia y encontrar un hogar, ¿no?
A medida que avanza la acción, muere hasta el apuntador, como solían decir nuestros ancestros (por favor, que no se pierdan estas expresiones). El espectáculo no resulta agradable si no hay un interés real por el género. Balas, testosterona y ansias de conquista. No hay ni pizca de humor en lo que se expone con suma crudeza, la lucha por el territorio entre cowboys, indios nativos, el ejército y la iglesia mormona, cada cual con sus propios intereses. El objetivo es asentarse en algún lugar donde encontrar la paz, una tranquilidad que parece imposible. El tablero de juego es un campo minado, cubierto de brasas ardiendo. El fuego es impredecible.
La fuerza bruta es la moneda de cambio en el año 1857. El revólver manda frente a la cordura. La maña no parece contar con buena prensa. 'Erase una vez el Oeste' refleja, sin ahorrar escenas escabrosas, cómo el país de las barras y estrellas, el mismo que está dando mucho de qué hablar estos días, se forjó a base de violencia, sobre un montón de cadáveres. El desierto fue asfaltado con piedras con olor a sangre y, más de un siglo y medio después, algunos temas espinosos no han cambiado, como el racismo o el fanatismo religioso. En el salvaje territorio de Utah, una mujer y su hijo no lo tienen fácil para sobrevivir. Huyen en busca de un futuro mejor pero para llegar a su objetivo, no muy claro, tienen que atravesar una tierra sumamente hostil donde se lleva la traición y una ambición desmedida por conseguir poder, traducido en superficie, léase propiedad privada, la base del capitalismo. El ejército de los EE.UU., la milicia de los mormones, los indios nativos americanos y los pioneros se dan de tortas en el viejo Oeste, buscando un lugar donde caerse muertos, valga la metáfora. El preciado suelo es prioridad. Limpiar la tierra de enemigos.
Detrás de 'Érase una vez el Oeste', cuyas dos entregas finales, lo mejor del lote, ponen orden a la sucesión de secuencias sanguinolentas de los episodios iniciales, no siempre necesarias -narrativamente hablando-, está el cineasta Peter Berg, un realizador vigoroso y contundente, en la línea de Paul Greengrass, que busca el realismo en sus poderosos thrillers, como bien demostró en títulos como 'La sombra del reino' o 'El único superviviente'. Dio comienzo a su carrera como director con una comedia macabra, la negrísima 'Very Bad Things'. Con 'Marea negra' concentró toda su energía en mostrar la tragedia humana, el espíritu de sacrificio, presente en el ideario USA. Repitió el esquema en 'Día de patriotas', recreación del atentado terrorista de la maratón de Boston de 2013, en el cual murieron tres personas y más de doscientas resultaron heridas.
Berg, al igual que en sus anteriores trabajos, busca cierta perspectiva hiperrealista en 'Érase una vez el Oeste', por ello apuesta por una estética cercana a lo documental en algunas secuencias. Tras un comienzo apabullante, cargado de tensión, nos sumerge en un relato virulento y gore, sin concesiones, de ritmo atragantado. La madre coraje está interpretada por Betty Gilpin, quien ya brillase en las series 'Glow' y 'Mrs. Davis' (atención también a su participación en 'La caza', un filme de terror muy particular y visionario). Aquí encarna a una mujer desubicada en un mundo ultraviolento que no entiende y que pretende dejar atrás, al igual que su inocencia. Le ayuda en el complicado trayecto un hombre muerto en vida que no teme a la guadaña. Perdió a su familia asesinada y no le queda nada por lo que emocionarse, salvo ayudar a su compañera de viaje y su hijo, un chaval con problemas motores. Taylor Kitsch ('Salvajes') da vida a este zombie existencial que mata como una apisonadora a todo el que se cruza en su camino con malas intenciones, una bestia humana que no tiene nada que perder.
'Erase una vez el Oeste', escrita por Mark L. Smith ('El resucitado'), está por debajo de 'Godless', otra miniserie abonada al western disponible en Netflix que transcurre en 1880 y desde aquí recomendamos. La historia parte de hechos reales, la masacre de Mountain Meadows, donde murieron más de un centenar de colonos en manos de las milicias mormonas aliadas con los indios paiute cuando intentaban llegar a California. La propuesta, agotadora por momentos, cuenta con una loable puesta en escena, aunque puede pesar la obsesión por la representación de los agresivos modales de una época salvaje. Queda claro que no hay ley ni escrúpulos, no hace falta ser tan incisivo, cayendo en la repetición, a la hora de mostrar el brutal comportamiento de los personajes. Que nadie busque ecos de maestros como Ford, Leone o Peckinpah, al que podemos añadir Eastwood en esta fatigosa barbarie desbocada. La estética es sucia, con buena fotografía de Jacques Jouffret-, al servicio de un entretenimiento aquejado de esa sensación de déjà vu que caracteriza a un tipo de producto audiovisual posmoderno, con más ruido que fondo. En esta ocasión, sangre.
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