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Gene Hackman. RC
Gene Hackman, el perfecto antihéroe del cine conspiranoico

Gene Hackman, el perfecto antihéroe del cine conspiranoico

Tras la muerte de Gene Hackman muchos hablan de su interpretación de «hombre corriente». Pero hubo otro papel que bordó: el de antihéroe conspiranoico

Pablo Castrillo Maortua

Universidad de Navarra

Viernes, 28 de febrero 2025, 09:55

Gene Hackman ha sido descrito como el gran actor del «hombre corriente» y del «tipo duro», simultáneamente. Con cerca de ochenta películas entre sus créditos, también se le debe recordar por su irresistible vis cómica (Los Tenenbaums), por su villanía contenida hasta el inquietante límite de la violencia (Superman) o por su energía sísmica desatada sin freno, como nos recuerdan el insensato Clyde Barrow (Bonnie and Clyde) y el perro de presa policial Popeye Doyle (The French Connection).

Pero este retrato del grandullón de rasgos ordinarios no quedaría acabado sin traer a la memoria otra veta fecunda de su carrera, quizá algo menos reconocida pero absolutamente indispensable.

La culpa en La conversación

En los años setenta y ochenta, Hackman interpretó a una serie de personajes antiheroicos, aparentemente cualificados o incluso especialistas, que se veían envueltos en tramas conspiratorias o políticas de las que salían trágicamente derrotados.

Esto es muy significativo porque una de las cualidades más frecuentes del cine de Hollywood (suponiendo que se pueda proponer una generalización de tal magnitud) es la caracterización activa del protagonista, quien actúa a favor de metas justas o, al menos, lógicamente motivadas, logrando un efecto habitualmente positivo en el mundo, en otros personajes o en sí mismo.

Sin embargo, la década paranoide del cine americano puso este axioma en entredicho con varias películas de tono pesimista o desencantado, como La conversación, de Francis Ford Coppola.

Harry Caul, protagonista de este filme, es un experto en audiovigilancia, permanentemente envuelto en un extraño –con el tiempo, icónico– impermeable traslúcido. Lleno de remordimiento por lo que cree que será un asesinato facilitado por su trabajo, Caul se adentra en una red de falsas apariencias de las que termina siendo víctima. Al parecer, el propio Coppola describió a Hackman durante el rodaje como totalmente recogido en la soledad y suspicacia de su atormentado espión, tal vez porque el personaje era mucho más próximo a la persona de lo que el actor estaba dispuesto a admitir.

Junto con un guión laberíntico y un montaje deliberadamente desasosegante, la interpretación apagada de Hackman –grisácea, como casi todo en la película– conduce a la desorientación total. Ni la experiencia ni la pericia técnica ni la intuición ni las buenas intenciones salvan al protagonista –ni a la audiencia– de la trampa.

Otros antihéroes de los 70

Hackman también protagonizó La noche se mueve, un neonoir inesperadamente luminoso sólo en sentido literal, por su ambientación en el sur de California y los Cayos de Florida. La película, en realidad, se mueve en la oscuridad moral más impenetrable. Su protagonista, un detective privado endurecido y cada vez más desencantado, se ve nuevamente atrapado en una red de engaños y fracasos personales, hasta que un desenlace violento revela la inutilidad de sus esfuerzos por encontrar sentido y ejercer un asomo de control sobre la realidad corrupta que le rodea.

La inexplicablemente renombrada De presidio a primera página (del original The Domino Principle, «el principio dominó») llevó la conspiranoia hasta su paroxismo. Hackman interpreta a un reo misteriosamente liberado de prisión por una organización sin nombre que le recluta para cometer un magnicidio. El papel de Hackman aquí adquiría rasgos algo más heroicos: motivado por la noble aspiración de recuperar a su esposa y la vida que habían perdido, el protagonista se arma de una cierta autonomía moral, e incluso hace valer su capacidad física frente a los agentes anónimos que le hostigan. Pero la respuesta de la conspiración es atroz e implacable.

Como expresa uno de los pocos rostros visibles de la hidra antagonista –un inquietante Richard Widmark– citando directamente El proceso de Kafka: «K vivía en un estado de derecho; todas las leyes permanecían en vigor… (riéndose) Me has recordado a él por un momento». En los Estados Unidos post-Watergate, este es un retrato de la conspiración como un poder casi divino, omnisciente y prácticamente ilimitado en sus capacidades, una especie de causa absoluta de la historia.

Los años 80 y 90

Ya entrada la década de los ochenta, Hackman coprotagonizó con Nick Nolte y Joanna Cassidy Bajo el fuego, un thriller político y periodístico ambientado en la Revolución Sandinista. En él, tres reporteros se enfrentan a decisiones éticas imposibles, oscilando entre la compasión por las víctimas de la opresión y el abuso del estatus del periodista.

La trama hace del personaje de Hackman un chivo expiatorio que el régimen utiliza como prueba falsa para procurarse el apoyo del Gobierno estadounidense, en una crítica directa a sus políticas intervencionistas en la América del Sur de la Guerra Fría. Como reza el póster de la película, «la primera víctima de la guerra es la verdad».

Y en años sucesivos, Hackman interpretó a personajes secundarios atrapados en sistemas corruptos –el mundo de la consultoría política en Power o la cultura empresarial en La tapadera–. También a villanos políticos arrastrados por la necesidad de encubrir sus impulsos más bajos, como en No hay salida y Poder absoluto.

La redención de Harry Caul

Pero este ciclo de roles políticamente comprometidos no puede quedar completo sin el epílogo, o más bien homenaje, que rindió Enemigo público a la misma persona fílmica de Hackman.

En una especie de cierre circular aparte de su carrera, Hackman interpreta aquí a Edward 'Brill' Lyle, un personaje secundario, casi puramente instrumental pero inolvidable, que viene a ser una reencarnación de Harry Caul pero desprovisto de su vertiente trágica.

Experto en vigilancia, paranoico y aislado del mundo, lastrado por un pasado oscuro, Lyle acaba implicándose en la lucha por desbaratar una trama político-tecnológica que pretende invadir la privacidad de la ciudadanía bajo el pretexto de proteger la seguridad nacional. A las puertas del nuevo siglo –y por tanto, del 11-S y la guerra contra el terror–, el argumento de Enemigo público pronto se volvería profético.

Los solitarios Harry Caul y Edward 'Brill' Lyle nos recuerdan una corriente de Hollywood que se propuso explorar de forma crítica la relación entre la verdad y el poder, y en la que Gene Hackman tuvo un papel destacado. Mientras despedimos al gran «hombre corriente», sólo nos queda esperar que otros cineastas y actores extraordinarios vengan a continuar esta noble tradición cinematográfica, que también es social, política y, en última instancia, humana.

Este artículo ha sido publicado en 'The conversation'.

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