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'Quemar dinero' es el título de la última novela de Xavi Daura, genial monologuista y 50 % del dúo cómico Venga Monjas, cuyos videos ... se viralizan en la red para el regocijo de las nuevas generaciones. En su libro, el también guionista, presente en los créditos de 'La revuelta' o la serie 'Museo Coconut', retrata de manera ácida el mundo del cine por dentro. La protagonista, una aclamada directora emergente, recibe el encargo de realizar una película de la nada en 509 días exactamente. Es la cifra señalada por el algoritmo de la empresa que ha contratado a la aplaudida creadora. La compañía le ofrece el presupuesto más jugoso de la historia del séptimo arte. Da igual el guion y la calidad del producto final. Lo que importa es cumplir con la fecha, según el vaticinio del método de cálculo. Un sistema hoy extendido en plataformas como Netflix, en forma de estadísticas y análisis. A través de números, se estudia el comportamiento del usuario. Los hábitos del consumo audiovisual son una cuestión de cantidades. Esta idea, no tan excéntrica como pudiera parecer, parodiada por Daura en su relato publicado por Temas de hoy, es perfectamente aplicable a 'Estado eléctrico', el último gran estreno directo bajo demanda, un filme cuyo libreto parece firmado por una IA. Más de 300 millones de dólares han sido incinerados en manos de los hermanos Russo, Anthony y Joe, la última esperanza del futuro de Marvel.
Los Russo, alabados en exceso por su participación en el Universo Cinematográfico de Marvel, donde hay demasiados agentes en juego a la hora de realizar cualquier cosa, llevan varios fiascos como directores y productores, empezando por la horripilante franquicia 'Citadel' o la soporífera 'El agente invisible', dos muestras de sobado cine de espionaje. Atrás quedan sus primeras incursiones en las tribulaciones de 'El Capitán América' y el díptico de Los Vengadores que algunos tachan de obra maestra a la ligera, como si no existieran más películas de entretenimiento hechas con ganas y conocimiento de causa en el siglo XXI. Con 'Estado eléctrico' han hecho lo que han querido, quemando dinero a espuertas. La maniobra orquestal no les ha salido bien, lo que indica que hay cineastas que funcionan mejor cuando no son omnipresentes en los créditos y toman decisiones en la producción ejecutiva. La historia parte del trabajo del artista sueco de ciencia-ficción Simon Stålenhag, cuya imaginería se adaptó con mejor fortuna en los cuentos de 'Tales from the Loop' (Prime Video). Chris Pratt, con peluca rubia de surfero, y Millie Bobby Brown, la actriz de 'Stranger Things' que aparentemente goza de un único registro, protagonizan el desaguisado, un compendio de ideas trilladas que avanzan según el curso de guion del taller de la parroquia más cercana. Escritura amateur, previsible y zángana, para, cabe insistir, quemar dinero a mansalva.
En una línea temporal alternativa, los robots conviven con los humanos en armonía hasta que deciden luchar por sus derechos. Su supuesta integración en la sociedad es, en realidad, un modelo de esclavitud. Hasta aquí las posibles lecturas políticas, no sea que los Russo vayan a derrapar con algún mensaje extremadamente sesudo, siendo los adalides de un cine comercial en franca decadencia. Visualmente llamativa gracias al toque retrofuturista, inspirado por Stålenhag, la propuesta empieza y acaba a la deriva. Los Russo contextualizan la acción con un prólogo perezoso, donde no se explican muchos detalles de interés de la situación distópica. El diseño de los androides, con varios prototipos rocambolescos, es lo más ingenioso. No obstante, acaban siendo una pandilla de robots más ridículos que excéntricos, con los cuales da igual empatizar, aunque acaban importando más que los humanos. Pratt está a por uvas, literalmente. Su personaje se puede borrar perfectamente de la ecuación, mientras Millie Bobby Brown hace lo que puede con sus líneas de texto, escritas con un sentido de la maravilla inexistente. No se ve en pantalla el dinero quemado, probablemente carbonizado en los departamentos del CGI.
'Estado eléctrico' presenta una realidad paralela con poco fuste en una historia lineal que sorprende menos que la liga de fútbol española. La fórmula «los protagonistas huyen porque les persiguen y esconden algo», con olor a aventura ochentera, es agotadora. Diversos flash-backs tremendamente aburridos dan la puntilla a un espectáculo, trufado de chistes malos, que encuentra su mejor momento cuando los robots entran el guerra. La música del veterano Alan Silvestri también es un punto a favor, así como el estallido de la canción 'Breaking the Law', de Judas Priest. Un final escasamente emocionante, acompañado de un penoso discurso final predecible, rematan la faena, carente de un mínimo componente filosófíco. Dos horas de suicidio creativo. Que pongan un productor encima de los Russo. O diecisiete. Toca revisar 'Real Player One' para aliviar el trauma.
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