Las Campos son un servicio público. Cuando el verano empieza a ahogar, llega el embarazo de Alejandra Rubio, hija de Terelu, como agua de mayo ... en julio. El asunto no está en que la chavala, 24 años entre mimos y algodones, vaya a ser madre con un malote refinado con el que lleva seis meses y que está procesado por un delito de estafa, que también, sino en las abuelas de la criatura. Porque si una es Terelu, heredera eterna de María Teresa Campos y mito noventero que se hizo humano al sentirse mortal, la otra es Mar Flores, mocatriz de lujo que mira al resto de la especie desde el candelabro al que se subió aupada por hombros ajenos.
Las dos, leyendas del negociado holístico, se aborrecen mutuamente por un quítame allá ese Fernández-Tapias, aquel conquistador a golpe de talonario que fue pareja de Mar hasta que esta le puso los cuernos con el conde Lecquio y llegó rauda y veloz Nuria González, amiguísima de Terelu, para consolar al muchimillonario. Ahora, al menos en público, las enemigas están condenadas a entenderse. A poner cara de que la quina que están tragando sabe a champán francés. A declarar, dignísimas, que no hay problema ninguno. A decir que sus hijos son adultos y toman sus propias decisiones. A afirmar que ahí estarán ellas para echar una mano en lo que haga falta. Mira, lo mismo que diríamos las demás si nos viéramos en semejante tesitura. Por su parte, los futuros padres ya han empezado a hacer la canastilla del bebé vendiendo exclusivas. Normal, que por algo se han alimentado a base de potitos de papel cuché. Y que más les vale ir ahorrando para niñeras, porque si tienen que esperar a que las abuelas se queden una noche cuidando del rorro, van listos.
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