A la finca toledana de Quintos de Mora se llevó Pedro Sánchez de campamento a todo su gobierno. Yo no sabría qué ponerme en esos ... casos. Me sentiría como Paco Martínez Soria cuando lo vistieron para ir de cacería con unos marqueses. Es Quintos de Mora un escenario muy delicado para un socialista, más aún si es alto y guapo como el presidente, porque si te pasas con el disfraz campero puedes acabar siendo Bertín Osborne, y eso resultaría letal. Estas cosas en el PP y en el PNV las resuelven sin tantos complejos: se ponen un jersey azul encima de los hombros, con las mangas anudadas, y tan pichis. Los conservadores más pintureros incluso se animan a comprarse una Barbour para darse un elegante toque british, como de cazadores de patos en los Midlands.
Por fortuna, en Quintos de Mora nadie llegó al extremo Bertín, aunque vi la foto de todos los ministros puestos en fila y me pareció que estaban a punto de ponerse a bailar «No rompas más mi pobre corazón». Quizá sea sugestión porque ahora estoy viendo la serie 'Yellowstone' –una del Oeste con pick-ups y helicópteros– y he creído descubrir en Sánchez algunos rasgos del viejo Kevin Costner, patriarca de una confusa y turbulenta tribu de hijos, capataces y vaqueros.
No me extrañaría que en el rancho de Quintos, a la incierta hora del crepúsculo, con los caballos atados a una valla y la cafetera hirviendo en el fuego, un ministro le hubiera preguntado al presidente: «Señor, ¿me puede explicar qué demonios hemos pactado con Junts?» Sánchez lo miraría gélidamente durante unos terribles segundos, se ajustaría el ala del sombrero y escupiendo tabaco contestaría: «Hijo mío, la única verdad es la realidad».
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