Al presidente Sánchez le pierde la escenografía. A sus seguidores nos ha acostumbrado a grandes golpes de efecto y no podemos evitar sentirnos defraudados cuando ... convoca una declaración institucional para anunciar un vulgar cambio en el gabinete. Ni siquiera el exotismo nórdico del apellido de la nueva ministra, como de jugadora danesa de balonmano, justifica este despliegue. Hubiera bastado con anunciar por megafonía: «¡Con el número tres, Aagesen!».
Yo me pasé el domingo toda la noche sin dormir, imaginando decisiones impactantes, que causaran asombro mundial y abrieran otra vez los noticieros de la CNN. ¿Dejará Pedro Twitter y se pasará a Bluesky? ¿Emitirá la página web de La Moncloa imágenes en bucle de la berrea? ¿Se habrá matriculado Begoña en un grado medio de Soldadura para tener al menos un título oficial y que dejen los fachas de darle la barrila con eso? No descartaba incluso que se tomara diez días de reflexión para empalmarlos con el puente de la Inmaculada, que es lo que hubiera hecho cualquier español decente en su lugar.
El presidente no aceptó preguntas porque ha descubierto el placer sacerdotal de soltar homilías desde el púlpito sin que los feligreses le incomoden. De seguir por este camino, es muy posible que acabe la legislatura haciendo las comparecencias de espaldas y en latín, con el ministro Bolaños quemando palitos de incienso y el ministro Óscar López sonando devotamente la campanilla. Ojalá. Ese regreso a la liturgia mozárabe descolocaría a sus enemigos y le granjería todavía mayores simpatías entre los dirigentes del partido y los contertulios afines, a los que ya solo les falta ir a comulgar.
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