Anochecía, era jueves, entré en un café y tenían tres televisores encendidos, pero no salían ni Broncano ni Motos, tampoco ponían un partido de la ... Europa League ni 'Celeste', esa serie adictiva que ha conseguido que contemos los días que faltaban para este jueves y así conocer el desenlace de un 'thriller' que te tiene en ascuas, a pesar de que la 'detective' es una inspectora de Hacienda. No, nada de programas estrella. En las tres teles y en horario de 'prime time' había una lumbre encendida. O sea, tres fuegos falsos dando calor ficticio a la clientela, convirtiendo el bar en un hogar acogedor.
Es la última moda: teles con lumbre, teles chimenea, teles que te encienden los mofletes, por el reflejo, y acabas sintiendo calor, incluso sudando, por la sugestión: ves fuego y reaccionas quitándote ropa. Si las resistencias del brasero se pueden poner en modo cariñoso, ¿por qué no se va a poner la tele en modo tontorrón? Si subes el volumen, las llamas crepitan y entonces aquello se convierte en una inesperada 'fake news' televisada. Monitores emitiendo fuego falso, provocando calor imaginario, sugiriendo una confortabilidad de pacotilla que indigna a los apóstoles de la crispación.
Si esta moda de las pantallas con hogueras se extiende por España, se apagarán las llamas inflamadas de la discordia. Será la debacle para quienes han hecho de la excitación y la vehemencia un arma política. Si el fuego pasa del incendio en las redes a la fogata hogareña y familiar de los Smart TV, sobrevendrá el sosiego, triunfará la calma, cesará el ruido y una paz doméstica serenará este país. La nueva utopía catódica: una España silenciosa llena de televisores convertidos en fogones.
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