Este jueves hay partidazo en San Mamés, pero yo prefiero el fútbol de pueblo, ese que se juega en campos de tierra después de misa ... de 12, antes de ir a casa de los suegros a comer paella, pollo y natillas. Emocionante partido de la jornada entre La Roca y La Haba; apasionantes duelos para dirimir el liderato pétreo (Chinato contra Pedrusco) o el campeón del AOVE (Oliva contra Aceituna). Todos estos equipos existen en las divisiones regionales y en sus estadios se reúnen cada mañana de domingo aficiones entusiastas que van a ver fútbol antiguo, sin estrellas ni Var.
El domingo pasado, el locutor que radiaba un partido desde el estadio Francisco de Zurbarán de Fuente de Cantos utilizó un concepto que me gustó: «fútbol panceta», que es el que se juega los domingos a las 12 y tiene el aliciente de que, en el descanso, se asan tiras de tocino veteado para la afición. Antes del «fútbol panceta», se practicaba el «fútbol carajillo», que era cuando el Pedrusco de Garbayuela jugaba después de comer porque no daban balompié a todas horas en la tele.
Desde que el «fútbol carajillo» ha desaparecido de nuestros pueblos, las tardes rurales de domingo se han convertido en un territorio propicio para la apatía. Acabas las natillas y te derrota una larga siesta de tele y cabezadas. Abres un ojo y repiten un gol de la Real; cambias de posición y marca el Valencia; escuchas en sueños un penalti contra el Granada o un paradón de Unai Simón y te despiertas sin saber qué partido has visto. Qué tiempos aquellos en que, con una bufanda y un carajillo, no te perdías ni un regate y las tardes de domingo eran emocionantes porque jugaba tu Huracán, tu Torpedo, tu Lealtad o tu Constancia.
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