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El año que viene
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Aula sin muros ·
La esperanza representa una forma saludable de comenzar el nuevo año y un antídoto ante los efectos de la pandemia y la incertidumbre del futuroPasó el año 2020 que será recordado y así quedará escrito en los anales de la historia como el año del virus, Covid-19 o año de la pandemia. Pero, como todo registro anual, fue pródigo en efemérides. Año galdosiano, se conmemora el 250 del nacimiento del genial músico Beethoven, 40 años que se han cumplido de la muerte, a manos de un seguidor fanático, de John Lennon, los 75 años del bombardeo y holocausto de Hiroshima y Nagasaki, los mismos que hace que se creó la ONU o el sesenta cumpleaños de la independencia de la mayoría de los estados africanos que, por cierto, son muchos los que, simplemente, cambiaron de amo. Pero lo que más ha prevalecido en el ánimo de millones de personas de todo el mundo ha sido el miedo al virus y a la incertidumbre a un futuro nada halagüeño de manera que, parafraseando a la reina de Inglaterra, al fatídico 2020 se le puede calificar como 'annus horrinilis'.
Una visión más optimista habla de algunos logros nunca vistos en décadas. Sirva de ejemplos haber contemplado a los juguetones delfines retozando y haciendo cabriolas en radas de puertos siempre atestadas de ferrys y barcos de cruceros, que los datos arrojados por organizaciones ecologistas dan cuenta de que ha disminuido la emisión de gases tóxicos a la atmosfera y por ello se ha respirado aire más puro en las ciudades y barriadas de las grandes mega polis y propiciado que haya gente que, en silenció, escondida la cara en la mascarilla, transita por las calles de siempre sin verse obligada a saludar a conocidos a los que, más de una vez, se miraba de reojo y se esquivaba para darles el esquinazo.
Como cada año, con las campanadas, se hacen promesas vanas de cambio de hábitos nocivos para salud, trabajo y agendas de la vida diaria que no deja de ser autoengaño complaciente para, más tarde, reconocer errores y culpas ajenas por las promesas incumplidas. Pero es propio de los humanos dar rienda suelta al deseo porque, como afirma la antipsiquiatría, cada hombre es una «colección de máquinas pensantes» y el Diccionario de Autores que es «anhelo o apetencia del bien ausente no poseído». En definitiva, que lo que está por venir sea bueno, que sean pocos los obstáculos que nos impidan ser felices.
Escribe Hesíodo, en 'Los trabajos y los días', sobre la necesidad de que se abra la caja de Pandora y se liberen todos los males en cuyo fondo, según el mito del Prometeo, queda la esperanza. Que para Aristóteles «es un sueño que camina». También tienen su cita anual los agoreros y videntes que, en los cubículos destinados a crédulos en mapas astrales y superstición y medios de comunicación anuncian suertes o desventuras personales, calamidades y muertes de hombres y mujeres públicos del todo obvias y previsibles. Nunca, al cabo de los meses, salen a la palestra para desdecirse cuando, año tras año, se constata que el destino lo labra cada uno y el mundo ha seguido volteando alrededor del sol.
A todas estas, y con respecto a la epidemia que no cesa, cuando en pleno verano, se vislumbre la posibilidad de alcanzar ese mágico 70% de inmunidad de rebaño, se de por casi finiquitada la epidemia y gente e instituciones crean que se ha aprendido de los errores recordar lo que sucedió en la gran debacle social del 2008. El presidente francés afirmó, con rotundidad, que «habría que refundar el capitalismo». No pasó mucho tiempo para comprobar lo de Lampedusa en 'El Gatopardo': «que todo cambie para que todo siga igual». No es por problemas neurológicos ni desgaste de las neuronas por enfermedad o edad de la masa gris, sino por factores inherentes a la condición de ese gen egoísta del ser humano y el irrefrenable empuje de una economía sin alma por lo que se dice que los humanos tenemos una memoria de pez.'
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