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Dos días antes de su celebración, en las páginas de este periódico nuestro compañero Javier Darriba avanzó en exclusiva que el concierto de Maluma y Ráfaga los había licitado la Sociedad de Promoción del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria por 943.707,9 euros a la empresa Promoción y Desarrollo de Eventos y Fiestas. A nadie se le escapa que el montante se concentra en la velada gratuita protagonizada este viernes por el colombiano.
A falta de que se haga balance y se conozcan las cuentas definitivas de esta edición carnavalera en la capital grancanaria –algo complicado en la Sociedad de Promoción donde la transparencia parece un pecado–, con el casi millón de euros que ha costado Maluma, el total tiene toda la pinta que va a superar con creces los siete.
Y es que el carnaval, en la capital y en otros municipios, se ha ido de madre. Ha pasado de ser una fiesta popular, para el disfrute de la sociedad, a transformarse en un derroche y en una carrera sin sentido que parece que solo ganará el que más gaste y el que traiga al cantante o grupo con mayor cartel.
Los ayuntamientos lo 'venden' con las etiquetas manidas de la promoción exterior y el retorno que genera en la economía local. Meras falacias. El objetivo es contentar a promotoras amigas que se están haciendo de oro mientras se esquilman las arcas públicas.
Y no es por comparar, pero a veces hay que mirar lo que se hace en otros sitios para bajar a la tierra. ¿Saben a cuánto ascienden todas las licitaciones del Ayuntamiento de Cádiz para su carnaval? A un millón de euros.
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