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Directo Apagón en Canarias, en DIRECTO: retrasos en los aeropuertos de las islas por las restricciones de tráfico

La llamada clase política española es probablemente una de las grandes decepciones de la ciudadanía. La partitocracia se ha puesto por encima de la democracia, y las palabras dialogar, debatir, negociar, acordar o discutir no entran en su vocabulario y mucho menos en sus comportamientos. Cada cual va a lo suyo y se conducen como si los demás tuvieran que aceptar absolutamente todo lo que dicen proponer, sin posibilidad de llegar a soluciones pactadas que, generalmente, suelen estar a medio camino de dos opciones contrapuestas. Esa y no otra es la misión ideal de los parlamentos, que por algo se llaman así, porque en política es muy importante hablar los asuntos y usar hasta el cansancio las palabras que se han ausentado de su léxico.

Se me dirá que en los parlamentos se habla mucho, y es verdad, pero son monólogos cuya respuesta de los otros suele ser la descalificación, el griterío y el insulto. Y eso, cuando hacen algo parecido a escuchar, porque es muy evidente que llevan las respuestas preparadas antes de que se les hagan las preguntas. Y, claro, lo más fácil, llamativo y mediático es la ofensa, el improperio y la mofa. Las pasadas elecciones generales dieron como resultado un parlamento muy compartimentado y en las próximas se intuye una composición similar. Si no se hace política de verdad, formar gobierno va a ser muy difícil, o quién sabe si imposible como ocurrió en 2015, y mientras tanto vemos cómo se acumulan los problemas sin resolver y se aplazan sine die las decisiones de interés general. Solo importan los partidos y su protagonismo, mientras el país sufre mil y una deficiencias que en su mayor parte tendrían otros horizontes si hubiera algo más de decencia política y los partidos dejaran de comportarse como bandas callejeras que tratan de dominar al barrio mediante la aniquilación de quienes no estén de su parte sin matices y sin rechistar.

Pero no acaban ahí las carencias, porque dentro de cada partido se reproduce la misma situación que en el Parlamento. Ganan unas facciones y laminan a quienes estaban en el otro bando, de manera que al final se trata de estar en el lado ganador para seguir sobreviviendo. Luego, hay gente que queda fuera de esas opciones y toca en la puerta de otro partido, que muchas veces les abre, y finalmente queda claro que solo se trata de pillar unas migajas de poder, porque no parece serio que la misma persona pueda pensar una cosa y su contraria. ¿Qué se discute dentro de los partidos? Nada que importe al devenir del estado y sus gentes, solo hay cuestiones de procedimiento o personalistas. En resumidas cuentas, haya congresos, jornadas, primarias, convenciones o cualquier otra manera de vestir al muñeco, el resultado es la perversión de la democracia.

Con el asunto catalán pasa lo mismo, todos parecen estar cómodos en la inacción y el empecinamiento a partes iguales, y ambas desembocan siempre en un agravamiento del conflicto. Uno empieza a estar harto de que una parte del estado determine la política en general. Antes fue Euskadi, con el 4,5% de población de todo el estado y el 1,5% de extensión (porcentajes similares a los de Canarias), que nos tuvo en vilo durante décadas, y no encontró vías de solución hasta que no se usó el vocabulario político. Ahora es Cataluña, pero esta vez las dimensiones son mucho mayores y por lo tanto menos manejables, pero la salida siempre pasa por intercambiar palabras, que es sinónimo de hacer política. La locura es que hacer política sea calificado por algunos de alta traición. Cuando se declaran intenciones de hablar entre posiciones opuestas, los hechos desdicen a las palabras. Debe ser que los principales actores se sienten cómodos en el conflicto, que tanto a unos como a otros les suele dar réditos electorales. Pero las elecciones nunca son un fin, sino un medio para transparentar la voluntad popular. Debe ser que creen que enquistando el problema se garantizan el coche oficial.

¿Cuál es la diferencia entre las propuestas partidarias? Supongo que alguna vez alguien llegue a saberlo, porque se pasan el día repitiendo obviedades, y mucho mejor si llevan implícita la descalificación ajena. Lo que formulan son lugares comunes que se vuelven ambiguos con facilidad. No tenemos ni idea de qué piensa hacer en concreto cada uno de los partidos si llegara al poder, sea en economía, fiscalidad, servicios sociales, violencia machista, educación, pensiones, equiparación salarial de las mujeres, sanidad, financiación autonómica, inmigración... Hacen que escuchan a las mujeres, a los jubilados o a los jóvenes que claman con razón por su planeta futuro, pero suele ser solo para salir en la foto porque luego nada se mueve; dicen generalidades, atacan a los demás pero finalmente lo único que queda claro es el insulto, la invectiva y el ruido. ¿Soluciones o propuestas serias? Ninguna. Por supuesto, nadie tiene intención de sentarse a buscar acuerdos, aunque lo griten, y me temo que la razón última es que no saben de qué hablar porque ni siquiera tienen muy claras sus propuestas –a veces solo tienen el título-, que curiosamente suelen ser unas cuando se está en la oposición y otras cuando se gobierna. Conclusión: esto empieza a parecerse a una burla. Unos se atrincheran en que hay que apagar el fuego con agua, otros que con extintores, con mantas o soplando. La casa se quema, pero no les importa porque ellos están protegidos por equipos aislantes. La gente no.

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