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Vea la portada de CANARIAS7 de este jueves 13 de marzo

Huérfanos, desamparados, nostálgicos... El fin de Juego de Tronos nos ha dejado a millones de fans de Poniente sin un trozo de nosotros mismos. Los hay quienes, como buenos seriéfilos, ya habían experimentado esta sensación de orfandad antes. Pero otros, entre los que me incluyo, no habíamos sentido nunca algo así desde el sofá de casa. Por respeto a los más rezagados no haré spoiler, porque hasta el tan ansiado como temido 8x06 yo era de los que evitaba todo lo que tuviera que ver con espadas y dragones desde la madrugada del domingo hasta la noche del lunes, pasando con miedo cada hora y evitando las redes sociales por temor a encontrarme una imagen reveladora que me reventase el siguiente episodio.

Pero no hace falta hablar de la traca final para dedicarle unas líneas a la que muchos consideramos la mejor serie de la historia. Precisamente la crítica, desilusión e iniciativas (hablo de la recogida de firmas por rehacer la última temporada) que ha despertado esta octava entrega evidencia que GOT no ha dejado indiferente a nadie. Ha sido de tan alto nivel, con muertes traumáticas, acontecimientos inesperados, batallas épicas, personajes memorables y diálogos inolvidables, que resultaba imposible que el final colmase todas las expectativas.

Es verdad que en el momento en el que la serie adelantó al genio tardío, como Walder Frey, de George Martin, Game of Thrones perdió cosas. Cierto encanto. Es inevitable por mucha superproducción que sea, por muchos guionistas sobresalientes que se tenga y por mucho dinero que se haya invertido en escenarios, efectos especiales y tecnología para recrear dragones aterradores que destrozan ciudades con detalle tan escalofriante. Al final, la sucesión de acontecimientos salen de una mente privilegiada que se ha embolicado en el sexto libro y nos tiene desesperados a sus lectores. Es imposible que sin él sea lo mismo.

Pero no seré yo quien despotrique de un universo que, aún con sus fallos, es lo mejor que he visto en televisión. Haber acompañado a Arya en su crecimiento de ser una pequeñaja rebelde a la gran heroína y la mejor espada de Poniente y Essos. El cambio de Sansa, por la que hemos sentido pena, luego desconfianza y por último admiración. El cariño hacia el cerebro privilegiado -que no infalible- de Tyrion. Las retorcidas mentes de Ramsay o Joffrey. La falta de humanidad, salvo con sus hijos, de Cersei. El heroísmo, honor y valentía de Jon -curioso que el coprotagonista principal sea el más simple-. Y, como no, la evolución e inevitable esquizofrenia de Daenerys que tanto indignó y emocionó. En la madrugada del domingo culminó una obra de maestra y ya no habrá más largas noches de espera a los caminantes. El invierno, aquel que Ned anunció desde el 1x01, llegó, terminó y con la primavera decimos adiós al trono con un Valar Morghulis. Y esta vez no habrá un Valar Dohaeris de respuesta.

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