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Resulta descorazonador pasear por alguna de las zonas turísticas de Canarias. Se entremezcla la artificial impresión de una extraña quietud, con la inquietante tranquilidad de lugares en los que el tiempo se paró de forma abrupta. Postales sin felicidad, sin el bullicio de los niños chapoteando, el olor a bronceador permanente, el trajín del ir y venir de las maletas o los selfies al atardecer. Nada. Deambular por Maspalomas sin turistas genera tanto miedo como la pandemia y plantea un debate con difícil respuesta tras semanas de confinamiento y cierre. ¿Estamos preparados para abrir las fronteras? ¿Podemos asumir riesgos para que la crisis económica no supere la sanitaria?
El turismo sigue siendo la solución, la única, para un archipiélago que ha descuidado otros sectores por inacción, conformismo o incompetencia. O al menos así lo ven muchos ciudadanos de a pie cuyo sustento depende directa o indirectamente de la oferta y la demanda turística. Empleados de restauración y hostelería, camareros, recepcionistas, cocineros, guías turísticos, vendedores en tiendas de ropa y souvenirs, taxistas, carpinteros o albañiles. El turismo es el monocultivo del archipiélago, genera empleo y expectativas de riqueza a muchas familias. Es el motor económico principal de nuestra comunidad, de ahí la importancia de cuidarlo ofreciendo una oferta de calidad al turista. Más ahora cuando la seguridad ha pasado a ser un distintivo irrenunciable ante la desconfianza global que ha generado la Covid-19 y los mensajes contradictorios y torpes que se han lanzado desde el Gobierno central.
Las crisis, aunque sea una contradicción, también genera oportunidades. Por lo que, además de reforzar la marca Canarias como destino seguro y confiable, es el momento de replantearse la oferta tras años viviendo de los recuerdos de tiempos mejores y con el clima como el único argumento para captar turistas. La creación de más mamotretos y playas artificiales, en convivencia con hoteles, apartamentos y centros comerciales setenteros y zonas turísticas decadentes ponen en peligro un destino, ahora en crisis, que no se ha sabido reinventar para captar un turismo de nivel, que gaste en nuestros comercios y se lleve buenas experiencias de sus vacaciones deseando poder volver. El coronavirus exigirá mejores servicios, una oferta diferenciada y una estrategia personalizada en un mercado con una competencia feroz. España se enfrenta a un problema reputacional grave: los visitantes potenciales no compran riesgos de contagio y tienden a rechazar los destinos donde existe y esta circunstancia, también puede lastrar a Canarias.
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