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Ni una sola mujer entre los 13 miembros de la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo. El acto de apertura del año judicial, que se celebró la pasada semana, volvió a evidenciar el desequilibrio que existe en las instancias más altas de la justicia en España. Pero la desigualdad no acaba aquí, ni tampoco el calvario al que tienen que hacer frente en pleno siglo XXI las mujeres. Este es solo un ejemplo más de una realidad que sigue retratándonos. Sí, todavía vivimos en una sociedad machista. Sí, todavía hay enormes diferencias entre el hombre y la mujer, y no solo en el mundo laboral, sino en la mayoría de terrenos. Y sí, mientras sigan habiendo casos de maltrato, continuaremos muy lejos de poder sacar pecho y vanagloriarnos de vivir en un mundo justo para todos.

Los que se llevan las manos a la cabeza por el movimiento feminista, por la sensibilidad ante comportamientos de menosprecio hacia la mujer que antes se veían con normalidad o por los gritos frente a actitudes patriarcales, deberían intentar ponerse en el otro lado. Entender desde dentro las penalidades que tienen que pasar las mujeres. Claro que un piropo en la calle no hace daño. Pero lo que representa, lo que viene detrás, es lo que conlleva a la repulsa. Sin continuos casos de violencia de género y sin tantos años de humillaciones, no existiría esa piel tan fina.

En estos días en los que se han puesto de moda términos como el de feminazi o que el feminismo está en auge, viene bien recordar cómo se ha llegado a esta situación. Las denuncias por maltratos están a la orden del día -aquellas valientes que dan el paso-, y las mujeres siguen siendo objeto de trata y lucro, así como de explotación en la publicidad y en la industria del consumo y de la diversión. Por lo que la lucha tiene que continuar. La meta es que jamás se repita el horror de La Manada, se mejoren las condiciones laborales de las cajeras de los supermercados o se acabe con la brecha salarial. Hay mucho por hacer.

Que en las últimas décadas hemos caminado por el sendero de la igualdad es tan cierto como que todavía queda un mundo por avanzar. La mujer está más cerca del hombre en consideración, en el trabajo, en valoración y en educación. Pero no es suficiente. Lo será cuando se acabe la mentalidad del «detrás de un gran hombre hay una gran mujer». Ellas ya están a su lado, a la misma altura. Como siempre tuvo que ser.

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