El seso de Iglesias
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Una carrera de contradicciones e intereses partidistas sin importarle la coherenciaCon toda la razón del mundo Podemos se ha pasado años denunciando las alcantarillas del Estado, ese espacio reservado a las soluciones al borde de la legalidad democrática, en las que se mueven personajes de toda calaña entrelazados con intereses políticos y empresariales. De esas alcantarillas hemos sabido más después de la salida del armario de Villarejo que ha puesto sobre la mesa cómo se han traspasado los límites de lo deseable para proteger al rey de sus amantes, al PP de Bárcenas o a Soraya de sus enemigos.
La obsesión de Pablo Iglesias por este ámbito del lado oscuro del Estado es enfermiza. Desde hace tiempo evidenció que no ha querido nunca denunciar los desmanes de los espías, sino controlarlos, como a las empresas públicas de comunicación, y no para meterlos en cintura democrática, sino para usarlos a su favor y el de sus intereses. Nadie olvida aquella rueda de prensa en la que antes de estar el pescado vendido en el Gobierno de Sánchez pidió controlar la RTVE y el CNI y olvidó las áreas en las que más tiene que decir un partido de izquierdas.
El caso Dina revela a la perfección la estructura de pensamiento de Iglesias. Además de ser un machista redomado en la intimidad de sus pensamientos, utilizó la maquinaria negra, los mecanismo que denuncia, y a la Justicia, para convertir un turbio asunto político y personal en un relato en el que él se convierte en víctima de las alcantarillas.
Construye así una carrera de contradicciones e intereses partidistas sin importarle la coherencia ideológica y ética. Lo que siempre ha denunciado es lo que practica el vicepresidente del Gobierno y miedo, más que perdida de sueño, debe sentir Pedro Sánchez cada noche cuando piensa que gobierna con alguien de esa catadura moral, cuya máxima es la de Maquiavelo, aquello del fin justifica los medios.
La desfachatez de Iglesias y su mentalidad de pequeño dictador no acaba aquí. No entra dentro de sus esquemas que el Tribunal Supremo lo investigue. ¿Cómo sabe por anticipado que eso no ocurrirá? ¿Se lo han comunicado desde las alcantarillas? ¿O es un alarde de autoridad sobre los mecanismos de la Justicia? ¿Ya tiene información de qué hará la Fiscalía General del Estado?
La desesperación y las lágrimas de Pablo Iglesias el día que el Congreso votó la investidura de Pedro Sánchez, cuando se vio dentro del Gobierno, no eran de cocodrilo. Logró su sueño, aunque por el camino haya dejado cientos de víctimas, su propia credibilidad y la del proyecto político que representa.
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