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Todos tenemos secretos. Grandes, diminutos, oscuros, inocentes, inconfesables, heredados...Guardar en nuestro interior esos demonios forma parte de la naturaleza humana. Los escondemos como un juego desde niños y, al crecer, se transforman en adultos en la sombra de los que nunca logramos desprendernos. ¿Cómo le vamos a confesar a un anónimo encuestador que pensamos votar a Vox si aún nos cuesta contar a nuestros amigos que tenemos pánico a las alturas? En política, como en la vida, nadie conoce los verdaderos secretos de los demás y así, en modo silencioso, una bolsa de 400.000 almas logra ocultar a los sesudos sociólogos su deseo oculto de ver a 12 diputados de la ultraderecha en el Parlamento andaluz.
Duele reconocerlo, pero lo ocurrido en las elecciones del 2 de diciembre ha abierto de golpe y porrazo una caja de Pandora que estaba enterrada en el centro de la sociedad y que nadie había detectado. Los sondeos daban una horquilla de 0-2 diputados al partido de Abascal, pero los resultados de las urnas evidencian que el golpe de efecto de los 10.000 de Vistalegre era mucho más que un espejismo, una sonora carcajada para los que creían que 40 años de franquismo han vacunado a España contra la extrema derecha. Nadie supo entenderlo y ahora los medios de comunicación se llenan de expertos que explican este fenómeno político que comenzó con Trump, arreció con Salvini y Bolsonaro, y ahora toca las puertas de este país a seis meses de los comicios autonómicos, locales y europeos de mayo.
Sin tan siquiera entrar a valorar el programa de Vox -harían falta varias columnas para analizar su desprecio al Estado de bienestar y a los fundamentos mínimos de un país desarrollado-, lo más llamativo del proyecto de ultraderecha es que llega sin contar con megáfono, trampolín o acontecimiento político que justifique su crecimiento. Desde que Vox nació hace 7 años, todo para el seguidor de Le Pen habían sido fracasos y, de repente, se planta en el centro del escenario político como un extraterrestre que aterriza de la nada. Sin nave nodriza, sin sedes, sin afiliados...pero con un voto oculto que ni las redes sociales que ahora todo lo explican supieron anticipar.
Es lo que tienen los secretos: son una bomba de relojería que estalla cuando nadie los espera, sin concedernos tiempo para analizar quién prendió la mecha. Quizás por eso, lo menos que hemos escuchado estos días son disculpas por parte de los partidos políticos -los de siempre y los ya no tan nuevos-, pedir perdón por sembrar la semilla de la ultraderecha con su gestión. Se puede gritar. Es un secreto a voces.
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