Directo Pablo Rodríguez da las claves sobre la agilización de las licencias en la regulación de la vivienda asequible

Pero el Derecho es más valioso que la paz y lucharemos por las cosas que han sido siempre más caras a nuestros corazones. .por la ... democracia… por los derechos y libertades de las naciones pequeñas, por el dominio universal del derecho mediante un concierto de los pueblos libres que lleve la paz y la seguridad a todas las naciones…» (2 abril 1917, Woodrow Wilson solicita al Congreso la declaración de un Estado de guerra).

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Estados Unidos es un gran país. Y de la sociedad norteamericana forman parte grupos y comunidades que han acreditado una gran energía civil y son portadoras de primordiales valores humanitarios. Aunque nunca puedo dejar de pensar en la trascendencia de los sectores supremacistas blancos, aquellos que idealizan como una Gran Epopeya, la expansión al Oeste que se asentó en el exterminio de los pueblos originarios: sioux, cheyennes, dakotas, comanches, kiowas, apaches…, desarrollaron las grandes explotaciones algodoneras trabajadas por esclavos africanos y mantuvieron la segregación racial en las escuelas hasta que el presidente Lyndon Johnson, ante la resistencia de gobernantes añorantes de La Confederación esclavista, tuvo que enviar fuerzas militares para imponer la sentencia del Tribunal Supremo (c. Brown vs. Board of Education) que declaraba contrarias a la Constitución las leyes estatales sureñas que mantenían el abominable apartheid educativo. Fue en los años 60 del siglo pasado. Es decir, anteayer mismo.

Un gran país que se convirtió desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en la potencia económica y militar que ejerció una extraordinaria hegemonía sobre buena parte del planeta. Predominio que se acentuó al desmoronarse la URSS y, por tanto, al convertirse en la Potencia victoriosa de la Guerra Fría. Poco a poco, consciente de su poderío, sucesivos presidentes tanto repúblicas nos como demócratas fueron abandonando el su política exterior los principios que proclamó el presidente Woodrow Wilson, en abril de 1917, al pedir autorización al Congreso para la declaración de estado de guerra y entrar en la I Guerra Mundial: entre otros, «la democracia, los derechos y libertades de las naciones pequeñas, el dominio universal del derecho…» (Allan Nevins y Henry Steel, 'Breve Historia de los Estados Unidos', Fondo de Cultura Económica 1994). E instauraron y respaldaron por doquiera regímenes dictatoriales y asesinos para salvaguardar los intereses de las grandes empresas y corporaciones norteamericanas.

El comienzo de este siglo XXI, de cada vez más negros presagios, presencia cómo declina la hegemonía norteamericana. Es cada vez más evidente. Como subrayaba Erick Hobsbawn ('La Era del Imperio,1875-1914'), cuando una economía se siente suficientemente fuerte su ideal es el de 'la puerta abierta' y sólo recurre al proteccionismo «que no es otra cosa que una operación de la economía con la ayuda de la política», cuando se empieza a sentir débil y -en consecuencia- a rechazar el libre cambio y la libre competencia.

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No hay que olvidar que en el Programa de los 14 Puntos, que propuso el mismo presidente Wilson, el 8 de enero de 1918, como objetivos moralmente defendibles para la culminación de aquella I Contienda Mundial figuraba, como punto 3º, la supresión de las barreras económicas entre las naciones.

Así las cosas, la democracia norteamericana acaba de entronizar a un personaje tan loco como peligroso. Y tan peligroso como mero títere de los megarricos.

Sus amenazas a la soberanía de otros países americanos, en un resurgimiento abracadabrante de la doctrina Monroe; sus imposiciones arancelarias a países como Méjico y Canadá, cuyas economías están ya intensamente entrelazadas con la de los Estados Unidos, después de treinta años de acuerdos sustentados en principios de libertad comercial (TLCAN 1992), así como a la potencia emergente, China, y a la propia Unión Europea son alardes de una irresponsabilidad sin límites.

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Pero su propuesta de expulsar a los palestinos de la franja de Gaza «para convertirla en una nueva Rivière», es una ataque directo a la legalidad internacional y «al predominio universal del derecho» que enfáticamente defendió el presidente Woodrow Wilson como una de las grandes razones que hacían «moralmente defendible» la entrada de su país en la I Guerra Mundial. Entonces los Estados Unidos era una potencia emergente, no sólo económicamente, sino que aspiraba a serlo desde el punto de vista moral y civilizatorio.

Y las órdenes trumpescas de deportación de los emigrantes son simplemente aterradoras, criminales. De forma que, de inmediato, algunos Estados han anunciado recompensas para quienes contribuyan a la localización de latinos o de emigrantes de piel oscura para proceder a su expulsión inmediata. La miseria moral que invade a amplios sectores de la actual sociedad americana acaba de resucitar a los 'rancheadores', aquella escoria social que se ocupaba de localizar los palenques de esclavos cimarrones, para apresarlos y devolverlos a sus dueños, que describía el historiador cubano La Rosa Corzo en 'Los Palenques del Oriente de Cuba'.

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Era lo que faltaba para levantar acta de la decadencia y degradación de los Estados Unidos como sociedad y como potencia. Otras potencias declinaron. Así es el devenir histórico. Pero es aterrador y desolador lo que estamos presenciando. Porque los resortes del poder y de los extraordinarios recursos militares estadounidenses han acabado en manos de un clown excéntrico y con una disposición cada vez más histriónica a cometer delitos contra la Humanidad.

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