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Hace un año, agoreros de pasillo y pitonisas de la política, no daban un duro por la relación entre Ángel Víctor Torres y Román Rodríguez. El tarot que algunos manejan para guiarse en el laberinto de la política canaria pronosticaba un duro enfrentamiento personal entre un hombre experimentado y de carácter muy marcado y un presidente recién aterrizado en la política de primera división regional.
La relación, que se preveía como un infierno personal y político, cargada de puñaladas traperas como la de Soria a Paulino Rivero en su etapa de gobierno, ha caminado, desde el minuto uno, por el diálogo, el entendimiento, la honestidad y la lealtad entre dos políticos que poco o nada tenían en común. Si algo distingue a ambos es su capacidad para escuchar, dejarse aconsejar y escoger lo mejor de cada casa en la convicción de que son los intereses de un proyecto progresista y los públicos los que deben imponerse, más allá de la naturaleza carnívora de la política y la depredación de algunos sectores de la sociedad canaria.
No sé si Torres y Rodríguez han mirado atrás, pero esta relación personal y política se parece mucho a la que tuvo Paulino Rivero y José Miguel Pérez, presidente y vicepresidente del pacto CC-PSOE. Un pacto que marcó la diferencia después de la tormentosa relación de Rivero con José Manuel Soria, sobre todo por la escasa capacidad del líder del PP para trascender a sus propios intereses. Aquello comenzó mal y acabó peor pero marcó el futuro inmediato del siguiente pacto con el PSOE. Pérez y Rivero se sentaron muchas veces, establecieron las bases éticas y políticas de la relación y cumplieron hasta el final.
Y es que son las personas y sus opciones las que marcan la marcha de los vínculos, entre los amigos, la familia, las empresas o en las instituciones y sólo la honestidad y la lealtad personal salvan las dificultades de relaciones tan complejas en las que están en juego intereses tan marcados y potentes como los políticos y económico. Torres ha sido todo un descubrimiento, para los canarios, que votan más al partido que a sus candidato, y para sus socios que tenían la imagen de hombre de trapo. Pocos esperaban de él esa capacidad de trabajo, gestión, fortaleza y diálogo, salvo sus allegados que lo conocían bien. De Román, el animal político por excelencia, se esperaba que hiciera la guerra a Torres desde dentro, pero resulta que aún hay políticos capaces de poner por encima de sus instintos valores humanos y el bien común.
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