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Cuando una librería echa el cierre es una pérdida irreparable para cualquier ciudad. Si encima se trata de la librería Lagun, en San Sebastián, el ... sabor de la amargura se agiganta. Y es que este enclave cultural fue foco de resistencia tanto contra la dictadura franquista como ante el hostigamiento etarra. Ya con eso, uno se percata por qué el librepensamiento, el opinar distinto al resto y ser crítico, implica un coste social y ante terceros. Lo intelectual supone siempre vanguardia. Y toda vanguardia encuentra múltiples resistencias en el camino, algunas, incluso, en ocasiones, de naturaleza mezquina cuando no talibán.
Allá por 1968, en una Europa dominada por el Mayo francés y los 'años de plomo' al calor de la Guerra Fría y la disputa ideológica, un grupo de personas fundaron en Donosti la librería Lagun. José Ramón Recalde, María Teresa Castells e Ignacio Latierro abrieron una empresa cultural que, en la práctica, fue una trinchera democrática. De hecho, el socialista Recalde sufrió en 2000 un atentado de ETA que estuvo a punto de costarle la vida; un disparo a bocajarro que le atravesó la mandíbula. El terrorista, por fortuna, dentro de lo que cabe, desvío por error (y nerviosismo quizá) el tiro.
En la primavera de 2008 estuve en Donosti. Y cumplí con la liturgia de visitar la mítica librería. Y, cómo no, comprar justo ahí un ejemplar del libro de memorias de Recalde: 'Fe de vida' (Tusquets, 2004). Recuerdo que la empleada que me atendió aquella mañana de sábado soleado donostiarra, puede que fuese la hija del propio Recalde, me miró un momento con atención por adquirirlo.
Recalde no era un cualquiera. Era un primer espada del socialismo vasco liderado por Ramón Jáuregui. Llegó a consejero precisamente en los Gobiernos de coalición entre el PNV y PSE-EE (ya Euskadiko Ezkerra se había fusionado con la federación socialista vasca). Por su parte, Latierro pasó por el PCE-EPK (el partido comunista en Euskadi) y acabó por secundar al sector 'carrillista' cuando el PCE ochentero se diezmó.
Lagun era un negocio de dimensión acotada, como todas las librerías. No era, por tanto, una galería comercial ni un centro gigante de esos que ahora se estilan en los que los libros se colocan en estanterías de pasillos interminables. Una librería son sus libreras y libreros, el interactuar con ellos. Que la propia librería organice encuentros culturales y de debate. Que sea lugar que concite la amistad mutua porque actúa como referente colectivo. La época actual del TikTok nada tiene que ver con aquella setentera en la que se iba a las librerías a buscar, aun en la clandestinidad, lecturas neomarxistas.
Una ciudad sin librerías no es nada. La empobrece. Tenemos suerte de que en Las Palmas de Gran Canaria aún haya librerías de este estilo que no solo soportan el desafío digital sino al tiempo hicieron lo propio con la pandemia. Lagun aguantó todo esto más la presión franquista y de ETA. Tuvo que mudarse dentro de Donosti debido al acoso que sufrieron en su primer local. Fueron unos valientes. Como también esa clientela incondicional que no solo se gastaban sus cuartos en comprar ahí sino que encima tenían que sobreponerse al miedo de ser señalados por frecuentar la librería Lagun. Un ejercicio de civismo democrático impagable.
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