¿Qué se puede hacer?

La pregunta me la hizo mi pareja y debí quedarme con la misma cara de estupor con la que un padre afronta la primera vez que sus hijos le cuestionan sobre el sexo y el origen de la vida. No supe que responder. Yo, que solo un rato antes había encontrado mil resquicios para defender todas esas minúsculas disputas que hacen fuego en las sobremesas de los domingos. ¿Qué se puede hacer? Ni puta idea, la verdad. Hablábamos de la muerte de esa pequeña maliense de 24 meses, ese ducha gélida que nos recibió al volver a casa y conectarnos con la densidad informativa que nos esperaba en los móviles. Hablábamos de cómo se puede evitar que estas desgracias sigan pasando.

Lo fácil sería decir que nada. Creer que para solucionarlo tenemos una colección de políticos y poderes paralelos que se deben hacer cargo de lo que está pasando en la frontera sur. Pero esto nos debe interpelar de alguna forma, y no solo dejarnos conmover, como si estuviéramos en la platea de un teatro, simplemente por el hecho de que en esta ocasión había fotógrafos de la valía de Ángel Medina o Borja Suárez para situar dentro de nuestro campo visual una realidad que tristemente ocurre a diario y que normalmente no pasa de convertirse en una simple estadística.

Algo podremos hacer para que las cosas mejoren. No soy un idealista de los que cree que los pequeños gestos pueden cambiar el mundo pero sí entiendo que aunque no tengamos respuestas para lo que está sucediendo sí podemos ponernos de frente ante la dictadura de la rabia, ante los que minimizan con la etiqueta del 'buenísmo' a los que ofician la empatía. Vivir dignamente no puede costar vidas.